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X: MARIANA CONTRERAS
Una nueva oleada inmigratoria en Uruguay
Si algo caracteriza a las sociedades actuales es el movimiento. Los factores económicos, las dinámicas de trabajo, las situaciones políticas y, cada vez más, los factores ambientales, hacen que hombres y mujeres se desplacen alrededor del globo. Después de décadas de expulsar gente, Uruguay vuelve a recibir inmigrantes, lo que obliga al país a sacudir las telarañas y actualizar leyes y cabezas para adaptarse a tales circunstancias.
Quién sabe qué palabra y en qué idioma sustituirá en un futuro no muy lejano a la morriña de los abuelos de ayer y de ahora. Qué acento y qué aromas de la cocina serán los que se reconozcan como los de nuestros antepasados en un futuro no tan lejano. Ojalá los haya, y muy variados. Posibilidades existen, porque Uruguay, después de haber expulsado a los suyos durante más de 70 años, comienza a ser, otra vez, un país receptor de inmigrantes. Los datos del último censo dicen que 2,4 por ciento de la población es extranjera. En estos datos, los números y las procedencias son las tradicionales: 35 por ciento son argentinos, 17,3 por ciento brasileños, 9 por ciento de Estados Unidos, 7,7 vienen de España; la población peruana se triplicó de un censo a otro: eran 528 en 2006 y en 2011 eran 1.423 (son el 4,1 por ciento de la población extranjera).
Pero aun más interesantes que estas cifras son los números que provienen del Banco de Previsión Social (bps), que muestran un fenómeno muy llamativo: las inspecciones que realiza el organismo en todo el país registraron a 12 mil extranjeros trabajando con documentos de su país de origen, y éste es un fenómeno que data de los últimos tres años, según Ernesto Murro, presidente del organismo. A ellos deben sumarse los extranjeros que trabajan con cédula uruguaya (provisoria o definitiva), y sobre los que todavía no hay datos cuantitativos; quienes lo hacen a través de convenios con el país de origen (y realizan sus aportes allí), que son 603 personas, los 362 que trabajan en zonas francas, además de quienes trabajan de forma irregular, sobre los que, por supuesto, no hay número exacto ni aproximación (véase recuadro).
Otro dato interesante recogido por el banco es la procedencia de estos inmigrantes: se registraron 81 nacionalidades entre los 12 mil extranjeros. Además de las ya mencionadas, hay gente de Alemania, Bosnia, Croacia, Herzegovina, Francia, Italia, Reino Unido, Turquía, por nombrar algunas de las que más se repiten. Pero también hay noruegos, malayos, japoneses, irlandeses, ecuatorianos, daneses, coreanos… Y si bien es cierto que junto con los extranjeros también creció el regreso de los uruguayos que llegaron con sus hijos nacidos afuera (que están trabajando con documento extranjero), las nacionalidades aquí señaladas hacen que sea muy difícil atribuir el grueso de esta inmigración a esa causa.
ENTRE NOSOTROS. Casi toda la información sobre este nuevo fenómeno es por ahora precaria. No puede establecerse con certeza cuántos de estos trabajadores tienen intención de permanecer definitivamente en el país, ni cuántos llegaron acompañados por su familia o cómo les está resultando el proceso de integración. Tampoco hay elementos suficientes para evaluar la actitud de los uruguayos hacia los extranjeros. De hecho, este parecería ser un fenómeno silencioso que todavía no ha despertado mayores reacciones de la ciudadanía. Sí existen algunos datos que permiten atisbar esta realidad: Montevideo, Maldonado y Colonia son los departamentos que cuentan con mayor cantidad de trabajadores extranjeros (4.205, 1.898 y 2.494, respectivamente). Es altamente probable que en Colonia influya el proyecto de Montes del Plata, que congrega una alta cantidad de gente de Europa central y del este. En Maldonado también la construcción acapara un alto porcentaje de esas procedencias. Junto a la construcción y la industria manufacturera, el comercio al por mayor y al por menor y la reparación de vehículos a motor (incluidas motocicletas) son las actividades que más convocan a estos inmigrantes. Pero la lista de trabajos es muy variada: cerca de mil personas desempeñan tareas profesionales, científicas y técnicas, y más de 500 se dedican al rubro inmobiliario. Hay gente trabajando en alojamientos y servicios de comida, informática y comunicación, actividades financieras y de seguros, transporte y almacenamiento, en la enseñanza y en las artes. Hay, también, datos curiosos. Por ejemplo: de los 3.404 extranjeros vinculados a la producción agropecuaria, la forestación y la pesca, 2.968 figuran como patrones.
ENTRE EL GPS Y EL ÍNDICE GINI. Según quienes estudian el fenómeno migratorio, entre las causas para elegir a Uruguay como destino influye su baja tasa de desempleo, aunque no es el único dato. En un trabajo de la Organización Internacional para las Migraciones (oim) la inmigración reciente (entre 2000 y 2009) es mayoritariamente de gente joven, con un nivel educativo superior al de los uruguayos, incluso el de los retornados.* También es verdad que la población es heterogénea y que, por ejemplo, la comunidad peruana se concentra en el trabajo doméstico y la pesca, y que los europeos del este llegan sobre todo motivados por los buenos sueldos a los que pueden aspirar hoy en la construcción. Esto no evita que, producto de la vulnerabilidad que conlleva la condición de migrante, muchas veces queden “atrapados” en las ilegalidades que aquí se producen. Montes del Plata es un buen ejemplo: según datos del bps a los que Brecha accedió, en inspecciones realizadas en marzo y abril de este año se encontraron 358 extranjeros con remuneraciones subdeclaradas ante el organismo, mientras que en otra oportunidad se detectó el no aporte de partidas gravadas a más de 200 extranjeros. La situación de las trabajadoras domésticas bolivianas expuesta ampliamente en el semanario es otro ejemplo.
Pedro tiene 24 años; es un andaluz que creció en Algeciras y volvió a Sevilla para ir a la universidad. De Uruguay lo sedujo justo lo que necesitaba: una “tasa de desempleo de risa” –a la que accedió informándose en Internet– y un campo de la comunicación “en crecimiento”. Así que con un intercambio universitario casi como excusa (vino a estudiar pero con intención de quedarse) cruzó el océano. Huyó de una España que en los últimos cuatro años le brindó la posibilidad de dos entrevistas de trabajo que no redundaron en nada. Pedro cursaba periodismo en la Universidad de Sevilla, mientras engrosaba el 62 por ciento de desempleo juvenil que sufren los andaluces. No calculó –dice ahora– que aquí el costo de vida sería tan alto, y que si allá gastaba 30 euros en el súper, aquí por lo mismo debe desembolsar 50; y le erró un poco a la bonanza del sector comunicación, “que no está tan bien” como parecía. Llegó y le gustó. Encontró gente a la que “no le importa gastar su tiempo en ayudarte”, una clase política “que no se bajó los pantalones con la crisis”, unas gentes “de derechas con las que se puede discutir y discrepar con civismo” y bastante menos estrés que en España. Reconoce sin embargo que su ser europeo ayuda, y que cuando se trata de bolivianos o peruanos los uruguayos ya no se muestran tan elegantes. Es que, guste o no reconocerlo, la connotación racista de los orientales se hace sentir según el color de piel, y la inmigración proveniente del mundo andino, junto con la asiática, son las que más sienten el prejuicio nacional. Pedro dice que eso sucede en todas las ciudades europeizadas, lo cual no es consuelo. Sale y entra de Uruguay cada tres meses, por exigencias de Migraciones, pero por ahora no regularizará su situación. Está “en negro”, y “supongo que por eso aún tengo empleo”: 15 días mensuales como recepcionista en el hostel donde se alojó al llegar. El único trabajo que encontró a pesar de que “tiró” currículos por todos lados. Ese dinero le alcanza para pagar el súper, y sus padres le financian el alquiler. Es que Uruguay es el “país de los contactos”, todo funciona así, si tienes contactos consigues empleo. Él vino para quedarse, pero presume que de continuar así deberá volverse, aunque no sabe bien a qué: 15 de sus amigos de la universidad están en América, y los de su ciudad, salvo uno, están de-sempleados.
Una realidad diferente es la de Ariela, chilena con nombre dado por Rodó. Quizá por eso siempre quiso venir para acá. Y después de una experiencia como inmigrante en España, donde estudió periodismo, Uruguay es el paraíso. Antes de venir miró indicadores como el índice Gini y vio que, aunque lentamente, la desigualdad aquí baja, mientras que en Chile crece. Valora la austeridad uruguaya. Aunque vaya en ascenso, el consumismo tiene niveles más aceptables que en Chile. La “clase media ilustrada” no está tan erosionada, y encuentra en características como el mate y la rambla algo más que clichés: “Hablan de lo comunitario, del espacio público que aún es importante aquí; son cosas que llaman a compartir”. Llegó con trabajo que buscó desde Chile y sabe que esa situación la coloca en un lugar de más tranquilidad a la hora de los análisis. No tener hijos que deban insertarse en el sistema educativo también la aleja de posibles “ruidos” en su estancia aquí, y en su escasa experiencia con el sistema de salud no encontró inconvenientes, aunque deja constancia de que sabe que existen.
VOLVER A EMPEZAR. Es que sobre esos temas –el acceso de los inmigrantes a los derechos sociales, que son los mismos derechos que los de los nacionales– no hay investigación profunda. Sí hay indicios en torno, por ejemplo, a las poblaciones más vulnerables, que son aquellas que llegan con menor calificación, redes de contacto más escasas o nulas y con menos conocimiento de las leyes.
Uruguay inicia una etapa de aprender (o reaprender) una cultura que incluya a los extranjeros, y eso –lo dicen ya las autoridades nacionales– no sólo implica adecuar las normas que garanticen la vigencia de los derechos sino, y ante todo, formatear cabezas. “La inmigración es positiva”, se llama la campaña que la semana pasada lanzó el Ministerio de Relaciones Exteriores, acompañado por el impo, la Organización Internacional para las Migraciones y la Junta Nacional de Migración, con la intención de sensibilizar a la población sobre el valor de la diversidad, además de posicionar públicamente la ley de migración promulgada en 2008. Ante el panorama que se avizora, también el bps puso manos a la obra elaborando materiales de difusión de los derechos laborales y la forma de regularización y acercándolos a los lugares donde se concentran algunas colectividades.
Desde la Junta nacional de Migración, su presidente, Álvaro Coronel, dijo a Brecha que hay preocupación por dar una respuesta “más integral” a la situación de los inmigrantes, y también de los uruguayos retornados, lo cual no quiere decir “promover o incentivar” la llegada de estos grupos, sino garantizar sus derechos, por lo que se trabaja en una política de inmigración. Una de las aspiraciones es crear junto al Inefop centros públicos de empleo donde pueda darse orientación laboral “con gente preparada para dar a conocer las claves del funcionamiento laboral uruguayo”, como existen en otras partes del mundo. También se evalúa la posibilidad de derivar –en particular a los retornados– a una primera experiencia laboral.
“Ya avizoramos dificultades para la integración”, dijo Coronel, para quien se detecta una “incipiente resistencia” a la inmigración latinoamericana, aunque sin datos alarmantes por ahora. Por eso la campaña apuesta a entender el multiculturalismo en su amplia faceta positiva: múltiples colores y sabores, múltiples creencias, múltiples lenguas para que –quién dice, un día– cuando algún viejo bielorruso en las costas colonienses mire hacia el mar, y susurre настальгія, no quepan dudas de que suspira morriña.
* Perfil migratorio de Uruguay 2011, oim.
Derechos laborales
Son tan básicos como pisoteados. El derecho de los inmigrantes al trabajo y a la seguridad social es el más vapuleado en todas partes del mundo. Prevenido por la realidad que los propios inspectores han detectado en sus recorridas, el Estado comenzó a adecuar la normativa, facilitando la regularización, y también a difundir, a través del bps, los derechos y obligaciones de los inmigrantes en materia laboral.
Hay varias formas de trabajar legalmente siendo extranjero. El bps cuenta con convenios internacionales que habilitan a un extranjero a trabajar aquí y continuar aportando a la seguridad social en su país de origen. Estos convenios son únicamente para trabajadores especializados y se extienden por un plazo máximo de dos años. Las zonas francas también cuentan con un régimen especial: hasta 20 por ciento de los trabajadores pueden ser extranjeros (la autorización corresponde al Ministerio de Economía), y en este caso sus aportes también son volcados en la seguridad social de los países de origen.
Otra forma de trabajo legal es a través de la obtención de la cédula uruguaya. Desde mayo de 2012 se habilitó una cédula provisoria, con la finalidad de facilitar que los trabajadores puedan regularizar rápidamente su situación. Ante la presentación de los documentos pertinentes en la Dirección de Identificación Civil, los extranjeros pueden obtener por un año este documento que les permite acceder a los beneficios de la seguridad social mientras obtienen el documento definitivo. Los 12 mil trabajadores que tenían documento extranjero fueron inscriptos en el bps por los inspectores, pero recién pueden hacer uso de los beneficios que se otorgan a todo trabajador si comienzan este trámite.
Existen también convenios multilaterales que permiten que un trabajador se jubile acumulando años en diversos países. Además de los que acogen a los países del Mercosur y a los iberoamericanos,* el Estado uruguayo firmó convenios bilaterales con Estados Unidos, Canadá, Portugal, Israel, Grecia y Francia, entre otros. En total son 26 los países con intercambios de distinto alcance.
* No todos los países de esos bloques están adheridos.
Fuente: BRECHA
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