27/06/1973 – “Hoy no ocurrió nada”

X:   TANIA FERREIRA 

 

SEMANARIO MARCHA 30 DE JUNIO DE 1973

Investigaciones y testimonios de periodistas a 40 años del golpe
“Hombres de sombrero”, periodistas disfrazados de ciegos o lazarillos, cámaras de fotos escondidas bajo el sobretodo y la cara bajo la bufanda; las historias se superponen. Estudiantes de periodismo entrevistaron a los colegas más veteranos que cubrieron el antes, el durante y el después del golpe de Estado del 73. Eran tiempos de persecuciones, mensajes entre líneas, censura previa y clausuras definitivas de medios de comunicación.

 

Omar Gutiérrez trabajaba en una radio de San José durante los primeros años de la dictadura. Cada día a la hora de trasmisión iba un policía y se sentaba en la radio a vigilar el programa: controlaba que no emitiera canciones prohibidas y le mostraba papelitos desde la cabina que le decían qué hacer y qué no. Como Gutiérrez no podía advertir al aire sobre su acompañante, se refería a él ante los oyentes como “el hombre del sombrero”. Los futuros comunicadores de la Udelar recabaron este y muchos otros testimonios de los periodistas que vivieron aquella época, para luego mostrar lo investigado ante el auditorio del seminario “A 40 años del golpe de Estado en Uruguay: Periodismo, medios y dictadura”.*

Eran tiempos en que la censura previa marcaba que los impresos debían previamente llevarse a Jefatura para que revisaran qué podía salir y qué no. Se podían trasmitir noticias policiales, deportivas o sencillamente contar la acción del Poder Ejecutivo a través de sus comunicados o las declaraciones de los ministros sobre determinados temas. Y paremos de contar.
Los medios, sobre todo la prensa, tenían que hacer malabares para hablar de la situación del momento sin violar el decreto que les prohibía usar el término “dictadura” para referirse al gobierno. Eran tiempos en que el semanario Marcha se la jugaba al titular “No es dictadura” para denunciar el decreto restrictivo. El Popular peleaba con humor en aquella tapa “Abajo la dentadura”, y el logo del diario Extra era un perro bull dog sonriendo, que aparecía gruñendo cuando la edición sufría censura. En medio de tanta vigilancia, los medios se permitían esos chascarrillos aunque significaran la clausura definitiva. Unos años después, la revista El Dedo aprovechó el humor para ironizar sobre el régimen, metiendo el índice en los lugares más incómodos del gobierno de facto (veáse recuadro “El dedo en el traste”).
Rodolfo Porley, periodista de El Popular y actualmente dirigente de la Asociación de la Prensa Uruguaya (apu), explicó a los más jóvenes que los militares exigían que todas las notas fueran a una comisión especial de censura secreta. Nadie sabía quiénes conformaban ese grupo selecto que actuaba en horas de la madrugada, antes de que los medios salieran a la calle. Cuando llegaba una orden de censura firmada desde la Jefatura, contó Porley, se corría urgente a los talleres y un oficial iba a las páginas que ya estaban grabadas en el plomo y hacía borrar la parte censurada. “Causa risa porque era una demostración, pública y para la historia, de que esos espacios en blanco eran censura, y la gente desconfiaba y lo entendía”, recordó Porley.
Federico Fasano no podía faltar entre los entrevistados; figura en el libro Guiness con un récord de 57 clausuras de periódicos. Mucho antes del golpe, luego de varios cierres parciales, el primer medio que tuvo a su cargo –el diario Extra– fue sacado definitivamente de circulación. La historia de fundación y cierre casi inmediato se repitió luego con los diarios Democracia, De Frente, Ya, El Eco. “Uno de los medios de Fasano duró sólo un día”, recordó uno de los estudiantes. La primera sanción a De Frente llegó en setiembre del 69, cuando los tupamaros secuestraron al banquero Gaetano Pellegrini Giampietro y el gobierno prohibió dar esa noticia. El medio ubicó en tapa un gran titular que decía “Hoy no ocurrió nada”. La humorada determinó la inmediata clausura del diario y quedó para la historia.
Hablar entrelíneas fue un arte que muchos periodistas tuvieron que aprender y aplicar. Era la única posibilidad de informar sobre algunos hechos a un público que se fue haciendo cada vez más experto en recibir y entender esos mensajes. Otro de los mecanismos utilizado por los medios en tiempos de censura fue basarse en noticias de cables internacionales sobre países con contextos militarizados similares al de Uruguay, y luego se consultaba a los gobernantes de turno para que opinaran.

PERSEGUIDOS. El veterano fotógrafo del diario El Popular Aurelio González contó a los estudiantes que comenzó a usar sobretodo y una bufanda color mostaza para ocultar su rostro y su cámara, cuando ya estaba “marcado” durante la dictadura: “uno adquiere casi el oficio de saber cuándo tenés que sacar la cámara y disparar. Muchas veces me agarraron y me sacaron el equipo, lo destrozaron y velaron los negativos. Pero dejabas el antecedente de que permanentemente los estaba denunciando”, relató. El fotorreportero recordó una vez más la conocida historia de su tesoro encontrado: en julio de 1973 escondió miles de negativos de El Popular en un entrepiso del edificio donde funcionaba el diario, el Palacio Lapido, tres días antes de que el medio fuera allanado. En los años posteriores se hicieron reformas en el edificio, construyéndose un parque de estacionamiento. Treinta y tres años más tarde, a la vuelta del exilio y con una democracia reinstalada, Aurelio recuperó las 61 latas en las que se preservaban vírgenes unos 58 mil negativos de 35 milímetros. Miles de imágenes inéditas y años de historia uruguaya sobrevivieron perfectamente conservados (véase recuadro “Un militante”).
Rodolfo Porley contó sobre el preciso momento en que la Policía fue a desalojar la redacción de El Popular de “forma poco amistosa”: en medio de bombas de gas los hicieron tirarse a todos al piso. El cuadro de Lenin miraba inmóvil desde la pared cómo los apaleaban mientras bajaban las escaleras. Un grupo de 14 mujeres fueron conducidas hasta 18 de Julio y Convención; una vez en el lugar, un oficial gritó: “Apronten, apunten, disparen”. No les dispararon, pero fue un amague que no olvidarían.
En una ocasión el fotógrafo Ricardo Bica (Extra, Democracia, Ya, De Frente, La Idea y El Eco), junto al periodista Guillermo González (Marcha, Brecha), habían coordinado para cubrir en 18 de Julio la histórica marcha de las cinco de la tarde, aquel 9 de julio del 73. Bica contó a los estudiantes que cuando la Policía empezó a reprimir corrieron hasta meterse en una galería. No les quedaban muchas opciones, así que el “Gordo” González agarró un bastón, se puso unos lentes y se hizo pasar por ciego. Y Bica lo agarró del brazo y se hizo el lazarillo. Caminaron fuera de la galería, la Policía los detuvo, los trató como a un par de tontos perdidos en medio de una manifestación y luego los condujo hasta el supuesto destino, advirtiéndoles que tuvieran más cuidado.
Algunas trazas negativas de esa persecución y represión sobre la prensa aún quedan en la actualidad, concluyó el periodista Samuel Blixen, sobre el final de la jornada del viernes: “La primera de ellas, la autocensura, que se fue imponiendo en la medida en que el régimen fue cada vez más efectivo en la censura”. Blixen, quien además es el docente responsable de las investigaciones presentadas en el seminario, dijo que el papel de sumisión de los medios se reflejó en la renuncia a lo más elemental del periodismo, que es hablar con la gente. “La autocensura sobrevive hoy en tiempos en que los medios no son presionados como lo fueron antes y durante el régimen”, reflexionó Blixen ante sus estudiantes, y agregó: “Ese miedo en los periodistas, esa cultura de medir lo que decimos o a quién vamos a ofender (…) se prolongó después del 85 y continúa hasta hoy. Y en nuestro país empieza por los propios dueños de los medios y su afán de respetar los compromisos políticos, económicos y comerciales”.

* Organizado por el Seminario Taller de Periodismo y Sala de Redacción de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de la República, los pasados 13 y 14 de junio. Allí se presentaron las investigaciones realizadas por más de 30 estudiantes y sus docentes, durante las cuales entrevistaron a una docena de periodistas. Los “voceros” fueron los bachilleres Facundo Castro, Federico Zugarramurdi, Diego Martini y María José Valdez.

 

Del libro “Testigos de su tiempo”*
Un militante

Una de las entrevistas más extensas e interesantes de este libro, la que cierra la publicación, es la realizada a Aurelio González. Es que su historia es cinematográfica.
Llegado como polizón en un barco desde las Islas Canarias, afiliado al Partido Comunista en 1956, entró como fotorreportero al diario El Popular antes del golpe de Estado. Allí se dedicó a entrevistar a los obreros de la construcción que vivían por Casabó y estaban levantando el Pocitos que ahora conocemos. “Eso me impactó mucho, porque veía cómo levantaban aquellos edificios y después iba a sus casas y veía un rancho de lata y piso de tierra. Y pensaba: ‘La puta, ¿será posible? Esta gente levanta palacios y luego no tienen un solo ladrillo en el piso’”, narró Aurelio a sus entrevistadores.
Previo al golpe, cubrió las marchas de los cañeros, de los textiles de Juan Lacaze, la de los obreros “del hambre” en Fray Bentos, e infinidad de episodios del estilo. Fue el único fotógrafo que registró la última sesión del Parlamento antes de su disolución, y no fue por casualidad, sino porque esa madrugada tuvo el olfato suficiente para saber que ese sería un hecho histórico. Así retrató también la huelga general y el comienzo de la represión en el 73. El Popular se convirtió de esa forma en el único medio con registro fotográfico de esos eventos históricos, y los rollos debían esconderse en un lugar secreto antes de que fueran a manos de los militares. Lo demás es historia conocida.
Cuando se reencontró con los negativos intactos se quedó mudo: “Empecé a mirarlos y me encontré a Seregni ahí sonriendo, y a Ismael, mi compañero jefe de la página sindical. Y seguí mirando y vi la marcha cañera y el sepelio de Líber Arce”. Se sintió “al rescate de la historia”.
Aurelio cuenta en el libro: “Sinceramente creo que no soy un gran fotógrafo, ni nada que se le parezca. Soy un fotógrafo de batalla, de calle. Soy un militante comunista con la máquina colgada al cuello. Eso es lo que siempre fui”.

* Ernesto Tulbovitz, Javier Benech. Montevideo, 2013. El libro se presenta hoy viernes 21 de junio a las 19 hs en apu.

 

Bendita radio
Trece fueron las radioemisoras sancionadas entre 1965 y 1984. cx 30, Radio Nacional, tuvo que soportar cuatro suspensiones directas. Esa emisora tuvo la desgracia de debutar en febrero de 1973, y luego del golpe de junio, para que no se la relacionara con el régimen, decidió llamarse simplemente La Radio. En medio de la huelga general, con decenas de episodios de hostigamiento a su director, Germán Araújo, el equipo siguió trabajando.
El periodista Nelson Caula destacó frente a los estudiantes y todo el auditorio el papel de la 30 en clara oposición al régimen. Según Caula, esa emisora fue una escuela de “maestros periodistas”: “Araújo fue un mago, él sabía cuándo apretar o aflojar la piola, y en la 30 tiró casi hasta reventarla”.
En aquella época las radios no se comprometieron mucho, señaló el periodista: “Así como tuvimos la suerte de tener una radio tan grande como la 30, quiero mencionar una radio que representa la otra cara, porque está bueno que estas cosas se sepan: me refiero a cx 4, Radio Rural”.
Caula recordó que desde los tiempos de Benito Nardone, en 1959, esta radio se caracterizó por ejercer “una exacerbada manija golpista”. El propio “Chicotazo” Nardone tenía un espacio para su prédica antidemocrática en esa radio. Desde esa época, “la radio estuvo apoyando cuanta intentona golpista de extrema derecha se dio acá en Uruguay”, opinó Caula, y agregó: “El dueño de esa radio era Juan José Gari, que no sólo estaba contento con la disolución de las cámaras sino que la radio estaba instalada en una esquina de 18 de Julio donde estaban unos muchachos, los famosos patoteros de la jup, que te podían rajar la cabeza a palazos si pasabas por enfrente”.
Caula recordó también que desde esa radio –de alcance nacional– se llegó a delatar a periodistas de la 30: “Fulano de tal dijo ayer a tal hora aquello y aquello otro, decían en La Rural, y así que si los milicos habían escuchado la 30, escuchaban esta vez La Rural y los iban a buscar. Atroz lo de esta radio”, remató.

 

El humor de la revista El Dedo
“El dedo en el traste”

El destino irónico de la revista El Dedo duró hasta el final: fue clausurada por los militares en 1983 bajo la imputación de hacer “pornografía”.
La primera revista de humor opositor que existió durante la dictadura sólo sacó siete números: el primero en julio de 1982 y el séptimo en febrero del 83. Nunca sufrió censura previa, sino censura única. La iniciativa fue concretada por su fundador, Antonio Dabezies, el “asesor espiritual” César di Candia, y el ilustrador Fermín “Ombú” Hontou, además de un equipo de jóvenes dibujantes.
“Había una vez un país muy chiquito, un pobre país casi en ruinas que estaba perdiendo la costumbre de reír. Y ese país, caramba, es nuestro país. (…) Y aquí vamos, con nuestros dedos hacia adelante, señalando el futuro, porque sabemos que aun en este Uruguay de las vacas esqueléticas habrá siempre alguien con ganas de reírse. Que nadie se confunda pues, nuestra única herramienta es el humor”, advertía El Dedo en su primer editorial, recordó la historiadora Marisa Silva Shultze durante el seminario “A 40 años del golpe…”.
La empatía del público fue desmesurada: el primer número vendió 3 mil ejemplares y se agotó en 48 horas, luego pasó a tirar unos 8 mil, 15 mil, 30 mil y el séptimo y último número llegó a los 45 mil ejemplares. El octavo número –que no llegó a salir– iba a tener un tiraje de 53 mil revistas (además la costumbre era leer la publicación y prestarla, por lo que la cantidad de lectores se estima en unos cien mil). Cantidades insólitas para Uruguay. “La clave de El Dedo –opinó Silva Shultze– fue esa comunidad de lectores que logró crear, para reírse de lo mismo, para entender los sobreentendidos. La comunión de la risa es una de las más peligrosas cuando hay un poder que hay que desgastar”, analizó la historiadora.
La caricatura de ese dedo en alpargatas –creación de Ombú– no sólo fue el ícono de la revista sino que dio nombre a la publicación. Un dedo que tocaba una tecla en la máquina de escribir era la imagen que abría la sección editorial, y lo mismo con el resto de los espacios: se apoyaba en una guitarra para indicar la sección de canto popular llamada “El dedo en el traste”. “El dedo en la oreja” contenía noticias de actualidad. La sección “El dedal”, pensada y escrita por una mujer, se pronunciaba “en contra del machismo”. “El dedo en el ojo” fue la columna de crítica cinematográfica. “El dedo en la llaga” se reservó para las notas de análisis. “Alianza en el dedo” fue el nombre elegido para el consultorio sentimental. Los históricos “Dedo para arriba” y “Dedo para abajo” expresaban una evaluación sucinta de los más diversos fenómenos, y “El dedo en el gatillo” estaba pensada para “hacer blanco en todas las cosas que merecen ser defenestradas”.
El propio Dabezies llegó cerca del final del seminario para reafirmar esta historia. El hoy director de la revista Guambia agregó que nunca le preguntó a ninguno de los participantes su partido político; “siempre colaboró el que tuvo capacidad para hacerlo”.
“(El Dedo) fue una cosa muy desorganizada, muy espontánea, a pesar de que había mucho periodismo atrás. Fue increíble el éxito que tuvo, y la inconciencia con que hicimos todo eso. Hicimos lo que creíamos que teníamos que hacer”, recordó.

 

Publicado por BRECHA

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