Mi hermanito Jelen
MI HERMANITO JELEN
El domingo enterré a mi hermanito Marcelo Jelen. Fue en el cementerio de La Paz y es la primera vez que asisto a un sepelio de la religión judía. Con respeto, advertí mi ignorancia cultural sobre sus ritos y costumbres. Sólo acompañé en el dolor a don Mauricio, su padre, y a sus hijos, Manuel y Felipe, dentro de un cortejo que sumaba amigos, periodistas, comunicadores, músicos, artistas y activistas de grupos y minorías, a las que Jelen siempre aportó su párrafo.
El domingo recordé a mi hermanito Marcelo Jelen. Pensé en los tiempos en que nos adoptamos fraternalmente… Allá por el 88, en los días del nacimiento del diario La República, cuando hubo que formar una dirección sindical para discutir los contratos definitivos con Federico Fasano. Tanta gente se había quemado con leche, que quedamos con Marcelo y Gabriela Novoa en la primera fila ante el cañón. Ganamos los contratos definitivos, perdí el trabajo y pactamos la hermandad.
El domingo sonreí a mi hermanito Marcelo Jelen. No lo lloré, aunque me angustia mucho su joven muerte, tanto o más de lo que, en algún momento, me angustió su vieja vida. Hace tiempo que no lloro a mis muertos. Trato de sonreirlos, de recordar lo mejor que con ellos he compartido, para tener ganas de hacerlos memoria. Que pensarlos me alegre el alma, porque cuando los muertos nos duelen, tarde o temprano, para defendernos, trataremos de cubrirlos de olvido.
El domingo añoré a mi hermanito Marcelo Jelen. Lo sentía doblemente hermano: como viajero de un tiempo de vida y como profesos creyentes (y herejes) de “un” periodismo: “Primero fue el verbo…”, coincidía nuestro credo con el Evangelio de San Juan.“…luego, hubo que hacer la oración con las cinco “w”, acomodarla en un párrafo de cuatro líneas o quinientos caracteres y rezar que el todo poderoso editor no lo corte, no lo corrija ni lo censure…”, orábamos profanos.
El domingo extrañé a mi hermanito Marcelo Jelen. Con él conviví Amarcord, Juntacadáveres, Barrabás, Utopía, Lobizones y Outes, por nombrar algunos de los tantos rincones en los que el reloj se detuvo, para dejarnos ante contextos y silencios, refugiados en nuestra adicción a éxitos y fracasos del ayer, del día o del futuro. Ambos acólitos del Darno, de su culta ironía, de sus abstracciones o la creatividad desde el do-re-mi que tamborileaban sus dedos.
El domingo confirmé a mi hermanito Marcelo Jelen. Escuché de sus amigos (los comunes y los suyos) historias y anécdotas que lo encarnan y enhuesan mucho más allá del reflejo de antihéroe en que se identificaba con un Clark Kent, torpe y tímido, que negaba ser Superman. Una vez, me dicen, cuando se hizo el concierto debut de “Eté y los Problems” al que apenas asistieron familiares y amigos, se vendió una única entrada: la compró Marcelo. Eso es ser un super héroe…
El domingo despedí a mi hermanito Marcelo Jelen. Quedé en deuda por no haber ido el pasado 7 de julio a su cincuentenario. Él estuvo en mi medio siglo y en algún cumpleaños más de los que cada año convoco a algún boliche para estar juntos y brindar la vida. Sé que estuvo rodeado de amigos y lo pasó bien. Orgullosamente light. “Soy un fantasma de 50” ironizó en el último posteo sobre su muro de facebook, sin prever el significante de lo que escribía.
El domingo liberé a mi hermanito Marcelo Jelen. Tiré un terrón sobre la tumba barrosa en la que habían comenzado a tapar el cajón que contenía su cuerpo. Por él y sus hijos habrá que exigir la verdad sobre la atención médica que recibió en el sanatorio donde lo devolvieron para su casa sin observación ni estudios. Por su padre y la tradición religiosa de la familia, debemos esperar un mes de duelo antes de juntarnos con bandas y amigos en un boliche para celebrar su recuerdo.
Desde el domingo testimonio a mi hermanito Marcelo Jelen. Los periodistas, comunicadores, docentes y estudiantes, como todos los que ejercemos este oficio de escribidores, tendremos que rescatar su prosa, releer su libro “Traficantes de realidad” (cuya reedición es necesaria y debería estar a cargo de la Universidad de la República), repensar sus columnas de La Diaria y comenzar a sintetizar de todos esos párrafos el infinitivo de su verbo, para no dejar de conjugarlo.
Roger Rodríguez