Caperucita feroz y el lobo

2015-08-09
Gráficos de SARACHO

Tres ex tupamaros testimoniaron la colaboración de Amodio Pérez con los militares; hoy declara Julio Marenales.

Como si los protagonistas de la historia hubiesen salido del plano de la ficción para pasar al de la realidad, varios de los nombres mencionados por Héctor Amodio Pérez en su libro Palabra de Amodio terminaron ayer encontrándose con el narrador de “la otra historia” de los tupamaros, en una sala del tercer piso del juzgado de la calle Juan Carlos Gómez. Ahí estaban, por ejemplo, el capitán Asencio Lucero, que participó en la salida de Amodio hacia España a través de la frontera con Brasil y hace poco logró el triste récord de ser el primer militar en reconocer ante la Justicia que practicó torturas. O el mayor Orosmán Pereira, que revistaba en el Batallón Florida y hace poco tiempo reconoció las delaciones del “traidor” tupamaro: “Ayudó muchísimo a detener personas”. Y tres ex tupamaros víctimas de su traición: Pascual Cuartiani, Julio Listre y Carlos Martell.

Al borde del surrealismo, también llegaron hasta el juzgado las hijas abogadas de dos de los torturadores presos en Domingo Arena, Ricardo Arab y José Gavazzo, a quien Amodio dedicó algunas palabras para afianzar su relato en la conferencia del viernes en el hotel Sheraton, durante la presentación del libro. Estela Arab y Rossana Gavazzo, las dos abogadas del Centro Militar, defienden a Lucero y a Pereira en la causa iniciada por 28 mujeres, víctimas de abusos de los militares durante la dictadura.

Amodio Pérez llegó al juzgado y estuvo en todo momento acompañado por dos hombres de su security personal, a cargo del diario El País, a quienes confió el operativo de su regreso al país. Levantó el dedo mayor cuando la diaria preguntó si había participado en sesiones de torturas. Esperó para tomar declaración en el mismo lugar donde aguardaban sus ex compañeros tupamaros. La sensación, contaron a la diariabuena parte de los protagonistas, fue la de un extraño cambalache: militares y tupamaros, abogados y jueces, traidores y consecuentes, todos en una misma sala. “Pregunté cómo se podía hacer para evitar la situación de enfrentarse a alguien por quien uno siente asco, repugnancia”, contó a la diaria Listre. El asco tiene sus orígenes en un día de agosto de 1972, que su memoria sitúa “entre el 10 y el 12”, en la esquina de la avenida General Flores y la calle Domingo Aramburú. Así relata aquellos episodios a la diaria: “Primero, no creía en la posibilidad de que él hubiera traicionado, hasta que un día veo, desde la parada, que detrás del ómnibus venía un camello [jeep militar]. El compañero que estaba conmigo me dice que ahí viene Amodio. Me subo al ómnibus y a las dos cuadras veo que el camello viene atrás. Rodean al ómnibus y empiezan a hacer bajar a la gente, y cuando bajo veo a Amodio frente a la puerta. Decía: ‘Éste sí, éste no’”, y cuando yo me bajé, me señaló afirmativamente”.

Pero los recuerdos de Listre no terminan ahí. “Yo tengo perfectamente guardado en mi memoria a Amodio vestido de militar. Cuando me suben al camello y me preguntan dónde estaba el compañero que venía conmigo, utilizando su seudónimo, le dije, en un rapto de coraje, que no me joda. Después me encapucharon, me llevaron al Batallón Florida, y ahí empieza la rutina de la tortura. En medio de esa rutina escuché su voz”. Un testimonio similar aportó Carlos Martell, otro de los señalados por Amodio desde un jeep militar. “A mi me levantó en la calle, en General Flores y Pedernal, cuando iba a hacer un contacto con la Tronca [Lucía Topolansky]. Era inconfundible: un negrito con ojos grandes. Pasaron dos veces con el camello, me tomé el ómnibus, y cuando me bajaron, el teniente me dijo: Carlos Martell”. Ayer, en un impasse, Martell y Amodio se cruzaron en un patio por primera vez en más de 43 años: “Él bajaba la vista, no quiso mirarme a los ojos. Estaba incómodo”. Pascual Cuartiani contó otra parte de las redadas de Amodio en coordinación con los militares. A él no sólo lo levantó Amodio en un jeep en condiciones muy parecidas a las de Listre y Martell, sino que además compartió la celda de la cárcel de Punta Carretas con “el traidor”.

Si el encuentro entre el “traidor” y sus ex compañeros señalados desde un jeep en el que se trasladaba vestido de militar marca un quiebre en la historia de los tupamaros, no menos trascendente fue el reencuentro entre Amodio y varios militares con los que trató a partir de su detención y hasta su salida del país. Ocurrió ayer, en dos careos. El primero enfrentó a Amodio con el militar Orosmán Pereira. Fuentes judiciales aseguraron a la diaria que en ese cara a cara entre ambos, Orosmán lo señaló como el delator de varios de sus compañeros. Ése fue uno de los picos de mayor tensión en el juzgado. Amodio, que negaba una y otra vez los hechos, tuvo momentos de silencio, como abatido. Mucho menos tirante, en el segundo careo el capitán Asencio Lucero testimonió el trato especialísimo y preferencial que el ex jefe tupamaro recibía en el Batallón Florida. Algo de eso confirmó el propio Lucero ayer a Montevideo Portal: “Estuvo privado de libertad en condiciones muy especiales, incomparables con las de los otros. Amodio era un tipo peligroso para los ex sediciosos”. Lo más impactante para quienes lo pudieron atestiguar fue, quizá, que tanto Amodio como Lucero mantuvieron un diálogo cómplice, de viejos amigos, al punto de que se tutearon durante casi toda la audiencia. Difícil que tanta cordialidad vuelva a repetirse este martes, cuando declare Julio Marenales. Ayer, el ex dirigente tupamaro dijo a la diaria: “Todo esto es un circo bárbaro y a mí los circos no me gustan, pero se precisa mi declaración, así que voy a ir. A mí Amodio me apuntó”. El ministro de Defensa Nacional, Eleuterio Fernández Huidobro, también podría concurrir hoy.

Las declaraciones que comenzaron a tomarse ayer se encuadran en una causa presentada en 2011 por casi tres decenas de mujeres víctimas de abusos de la dictadura que, entre sus testimonios, reconocieron la participación de Amodio Pérez en sesiones de tortura. Ésta es una de las tantas denuncias que lo involucran. Otra, por ejemplo, la presentó el director de Caras y Caretas, Alberto Grille, el viernes. Amodio llegó ese día a Uruguay, en medio de un fuerte operativo de seguridad, con la intención de presentar el libro Palabra de Amodio, publicado por Ediciones de la Plaza, y regresar a España al día siguiente. En el medio, el ex integrante de la columna 15 del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) había emplazado a sus ex compañeros de filas a concurrir a la presentación en el hotel Sheraton y refutar sus argumentos. Pero desde que puso un pie en suelo uruguayo, Amodio sólo se ha encontrado con ex tupamaros en los estrados judiciales, que está recorriendo para declarar por una lluvia de causas, empezando por una vinculada a su propia identidad. El disparador fue el pasaporte español que utilizó para entrar al país, a nombre de Walter Salvador Correa Barboza. Esa identidad, producto de un acuerdo entre el ex dictador Juan María Bordaberry y su par español de entonces, Francisco Franco, posibilitó su salida del país en octubre de 1973.

Si en un principio la intención de Amodio era presentar la “otra historia” de los tupamaros y desordenar los papeles que quedaron trazados en la narración de la historia de su traición, no parece haber logrado nada de eso. Más bien, todo lo contrario. Es como si los ex compañeros de armas y la prensa en general no se tragaran a la abuelita que, en una especie de reedición de Caperucita Roja, vino a pintar Amodio. El propio Gabriel Pereyra, editor jefe de El Observador, el primer diario en lograr una entrevista con Amodio en las afueras de Madrid, reconocía ayer un sentimiento de “frustración”. Un sentir que parece haberle servido de argumento a El País para redoblar la apuesta, intentarlo otra vez. La pregunta es para qué volver a visitar a la abuelita buscando al lobo, si ya se sabe que el cuento no funciona.

Ricardo Scagliola – La Diaria

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