Si alguien pregunta quién fue Le Corbusier, cualquiera contestaría “un arquitecto“. O más bien, uno de los más destacados arquitectos del siglo XX, si no el más, claro exponente y teórico de la arquitectura moderna, ingeniero, diseñador y pintor, impulsor principal de la “Carta de Atenas” (manifiesto de la arquitectura de 1933), realizador de obras descollantes en diversos rubros y países, autor del concepto “máquina de habitar”, del sistema de medida a escala humana “Modulor”, etc.
Le Corbusier nunca tuvo título de arquitecto. Podrían citarse innumerables casos en el mismo sentido.
Cuando tanto se discute hoy en torno al famoso título inexistente del “licenciado” Sendic, nosotros, desde un verdadero punto de vista de izquierda, deberíamos plantear antes que nada que el culto a los títulos académicos es un prejuicio de la sociedad burguesa. Su raíz de clase está en la necesidad de formalización del conocimiento para poder tratarlo como una mercancía.
Por supuesto, los títulos son necesarios para dar seguridad a determinadas funciones críticas, en ese ámbito específico. Fuera de eso solo son un adorno, como las plumas vistosas en otras culturas.
La titulocracia es parte de la cultura papelocrática, como la llama el escritor de ciencia ficción Stalislaw Lem en su increíble “Prólogo” (que no es un prólogo sino una obra de ficción independiente) de “Memorias encontradas en una mañera”. En él,los historiadores de un remoto futuro miran hacia atrás y juzgan así nuestra época:
“…esos tiempos son llamados, y con bastante razón, la época de la papilrocracia. El papilro regulaba y coordinaba, de un modo difícilmente comprensible para nosotros, los destinos de los individuos (como el llamado “papilro de identidad”). Por otra parte, los significados utilitarios y rituales del papilro en el folklore de ese entonces hasta ahora no han sido catalogados en su totalidad. El significado de alguna de sus variedades lo conocemos, de otros quedaron solo nombres huecos (apfishes, khompro-bantte, biiyete, doocu-meto, entre otros). En esa época era imposible nacer, crecer, educarse, trabajar, viajar o procurarse la vida sin la intermediación del papilro”.
Y podríamos agregar: morir, enfermarse o curarse, formar pareja o romperla, tener hijos, una vivienda, ¡tocar música!! Y un hijo fuera de la pareja del papel, ni te cuento.
De modo que pongamos las cosas en sus justos términos, y no discutamos asumiendo en forma acrítica los valores de la sociedad burguesa. Es un contrasentido que por pegarle a un personaje muy menor, demos por válida y sin discusión la ideología del enemigo.
Sendic, completamente tonto no ha de ser si llegó a donde llegó, pero tampoco es intelectualmente muy brillante. Más que un político parece ser un estudiante de político que nunca pudo recibirse y “sacar el título” (si lo hubiese) porque cada vez que tiene que rendir examen se pone nervioso, se confunde y se contradice, problema muy común de los estudiantes inseguros.
Alguien que pasó dos tercios de su vida llamándose Fernando y un día, adulto ya desde hacía tiempo, empieza a llamarse Raúl (nombre del que tal vez tratase de despegarse todos esos años para tener una identidad propia), puede que, en el fondo, no sepa bien quién es ni qué ideas políticas tiene.
No llama mucho la atención entonces que se haya dejado aconsejar sin pensar mucho por algún licenciado en ciencias de la comunicación, licenciado en ciencias políticas, o licenciado en periodismo que quería llenar un formulario en forma más bonita. ¿Qué título te pongo? ¿No tenés alguno por ahí?
Un error sin importancia, desde nuestro punto de vista anti-titulocrático. Fue el atolondramiento de Sendic, su inseguridad básica, falta de aplomo o temple (tal vez producto de un no superado trauma infantil por padre ausente) lo que hizo el resto. No es para tanto. Es el contexto de fuerte pero hueca competencia de nuestra burocracia política (llamada “clase política” por licenciados en ciencia política que no tienen mucho respeto por la ciencia) lo que ha puesto el caso en la palestra.
Vayamos al otro aspecto, el de la “verdad”. Es más vergonzoso todavía. La mentira en sí misma no puede juzgarse en abstracto, es una realidad desagradable y peligrosa, pero es una completa estupidez hablar de una ausencia absoluta de mentira; ni existe ni puede existir. Importan sí dos cosas: la motivación de la mentira, y sus consecuencias.
Consecuencias, en este caso, no tiene. La motivación es esa lamentable “cholulez” no de Sendic, de toda nuestra burocracia política. Si esa corporación tuviese una ética espartana, un verdadero sentido del honor, un espíritu de excelencia, podríamos pensar que esto es un escándalo exagerado pero comprensible. Tratándose de lo que son, mentirosos en todo, campeones de la mentira, todo esto es simplemente una farsa.
No tiene sentido condenar una mentirijilla y terminar avalando la gran mentira. La conspiración de la derecha no es contra Sendic, es para seguir contrabandeando la idea de “respetabilidad” de nuestra burocracia política. Acompañado eso perderíamos más de lo que ganaríamos.