ALFREDO PERDOMO –
PANDEMIA. ASISTENCIAS-RESISTENCIAS DE UNA CLÍNICA ESQUIZOANALÍTICA
PANDEMIA
por Lic. Ps. Alfredo Perdomo

Trabajar en estos tiempos, mamita, qué difícil. Un año de mierda, sin dudas. Y veremos cómo empieza y sigue el 2021. Marzo trajo por Uruguay el coronavirus y se comenzó a vivir lo que hacía poco ya vivía casi todo el mundo. No voy a andar teorizando sobre si el virus existe o no, fue inventado por lo chinos o los yankees o qué se yo. Se los dejo para los interesados.
A mí me tocó vivirla de cerca, en Vilardebó (hospital psiquiátrico de referencia en Uruguay) inicialmente. Justo el inicio de la pandemia me agarra con tremenda gripe que me deja sin trabajar tres semanas. Cuando vuelvo justo comienza un brote importante allí, varios pacientes y funcionarios médicos y no médicos se contagian. Nos testean a todos por las dudas, funcionarios y pacientes. Por suerte, negativo. De los compas que me contaron que les dio positivo, y la padecieron (uno me contó que le dio 7 veces positivo), tuvieron mucha fiebre, dolores corporales horribles y mucha dificultad para respirar. Me lo describieron como un estado de infección respiratoria bastante más grave que lo común.
En esos tiempos me tocó cubrir el ingreso de funcionarios y otros visitantes al hospital (proveedores entre otros), en el llamado triage. Muchas veces no había enfermeros disponibles o los suficientes, entonces cubrimos esos espacios psicólogos y administrativos, entre otros. Yo incluso tenía no permitido ir a mi lugar de trabajo, ya que trabajaba en grupos con internos, y ese trabajo estuvo prohibido hasta el mes de junio por la situación del hospital. Mucho caos, locura de parte de muchos de nuestros compañeros del hospital; algunos en su momento nos tiraron mucha bronca a los del triage, nos decían que no tenía sentido tomar la temperatura ni querían firmar un cuaderno donde se “declaraba” estar libre de “síntomas covid” temiendo contagiarse al tomar la lapicera y otras cosas por el estilo. Tampoco yo entendía el por qué del cuaderno, que aún hoy en diciembre se sigue firmando, aquello era en abril. Trabajo en otro hospital donde no se firma nada, solo te toman la temperatura al ingresar. Incluso entre abril y mayo la única medida extra en mi otro trabajo, al ingreso, fue no realizar las marcas de dedos en los aparatos de entrada-salida, por temor a la trasmisión por esa vía. Se ve que se descartó, pues después se pudo volver a marcar, te ponés un poco de alcohol y chau.
En el Vilardebó entre abril y junio me tocó estar cubriendo una tarea mix entre enfermero y administrativo. En ese “entre” justo un psicólogo, juassss. Un nuevo devenir obligado. Desarrollo de un nuevo personaje conceptual, que fue una mierda. Realmente tras esos meses le doy toda mi veneración y mis máximos respetos a los enfermeros y administrativos, sobre todo los que trabajan con público. Hay que tener “huevos de oro” (u “ovarios” o ambos, como prefieran, se entiende la metáfora no?) para atender decenas de reclamos diarios de variopintos colores. “Que no me atienden en la policlínica y acá tampoco, donde me atiendo?”, “Me falta tal medicación, donde la consigo?”, “Vos, que no me solucionas que me atiendan, te voy a agarrar afuera y te voy a romper la cara”…y….y…y… Fuimos en buena parte víctimas de las fallas del sistema en esa época, que desatendió en parte otras esferas relevantes de la salud, en este caso de la salud mental. La cosa empezó a funcionar mejor cuando en junio de a poco se comenzó a temerle menos al covid, y a tratar de mantener funcionando en buena forma el resto del sistema de atención de salud, además de los hospitales. Las principales falencias en ese período en la salud pública se dieron en las policlínicas y la atención comunitaria.
En ese período marzo-junio, tanto las personas que atiendo en forma privada, como buena parte de las que atiendo en la policlínica de un hospital general, pasamos a modos on line. Desde hace varios años, tal vez 10 o más, atiendo pacientes por estas plataformas de internet, pero eran casos muy puntuales, de gente en el exterior (uruguayos que no se sentían bien con psicólogos del país en que estaban) y del interior (sobre todo en lugares donde los psicólogos que hay son pocos y se conocen entre sí). El “experimento psicosocial forzado” que trajo la pandemia, contrajo esta nueva modalidad de atención virtual. Que en sí es muy real, es decir, los afectos, la historia, vínculos, etc, etc, se dieron de una manera fluída, casi no sentí el impacto, y las personas que atiendo tampoco. En mi caso sí he sentido la falta del contacto de mi psicóloga que trabaja mucho con técnicas corporales, y por esta vía se minimizaron bastante. Tapabocas mediante, fuimos volviendo a los consultorios.
Lo más interesante de mis consultantes, es que no trajeron tanto el tema del covid. No era lo que más les preocupó, tampoco el estar más tiempo en casa. Los conflictos que ya traían fueron los que siguieron tomando relevancia en la mayoría, incluso el tener más tiempo de introspección, de estar algo menos pendiente de trabajos y estudios, teniendo más tiempo para sí mismos, se metieron más en sus historias, recuerdos, incluso vínculos. Fueron períodos muy reflexivos y sanadores para la mayoría. Ahí sin dudas que se vive algo que autores como el encantador Franco “Bifo” Berardi señalan. Debemos dedicarnos menos tiempo al trabajo esclavizado, pelear por menos trabajo y más tiempo libre, dejar que exista tiempo para la producción libre no esclavizada. Tal vez así tengamos una sociedad algo más justa y capaz que hasta feliz. Algo de eso vivencié en ese período en mis consultantes, sin dudas. En el momento que escribo estas líneas estoy leyendo “El umbral”, uno de los últimos libros de Bifo (2020, Ed. Tinta Limón), y son maravillosas sus reflexiones en torno a estas muy locas posibilidades de pensarnos-sentirnos de otra manera gracias a esta pandemia, increíblemente. Como insiste Bifo, jamás debemos permitirnos volver a la normalidad, sería una señal de que nada aprendimos de esta experiencia. Pero bueno, habrá que verlo. El capitalismo es muy taimado. Dependerá de nosotros, en parte al menos.
El trabajo a posteriori en el hospital psiquiátrico trajo el renovado encuentro con los practicantes de Facultad de Psicología, una de las cosas más lindas que vivo en el hospital todos los años. Antes lo era con estudiantes y colegas (entre otrxs) en el marco de un programa de voluntarios (“Puertas abiertas”, pensado este nombre en homenaje a Franco Basaglia) creado por mi amigo, el psicólogo Raúl Penino en 1993 (del cual yo también formé parte como voluntario entre 1994 y 2002, luego en 2005 retorno al hospital como psicólogo siendo empleado de la institución, continuando la labor de Raúl). En 2018 el programa es impedido de tener voluntarios por una ley que regularizó el voluntariado en el Estado (los encargados del hospital y la salud pública se negaron a pagarles el seguro a los voluntarios que con esta ley se hizo obligatorio). Fue muy lindo el tiempo en que los practicantes universitarios (con salario por el año de intervenciones) y los voluntarios trabajaban entre sí. Se redujo el personal, bien o mal los voluntarios cubrían una parte importante de la rehabilitación a nivel de la internación, y eso se sintió en todos, y lo sintieron los internos. Y más aún con la jubilación de Raúl, quedando yo solo cubriendo los espacios para hombres y mujeres internados, con los practicantes.
Parezco un quejica, qué horrible. Pero es verdad. Con el covid a partir de junio pudimos ir trabajando, con no más de 5 pacientes en los espacios, en principio de la misma sala. Luego ya nos dejaron que fueran de diferentes salas. Y de a poco pudimos ir incluso saliendo a espacios abiertos adentro del hospital (un lindo espacio al fondo del hospital, con bastante campo, árboles y una huerta). De a poquito se fueron armando dispositivos nuevos, con la creatividad de los practicantes. A mí me siguieron en un proyecto comunicacional, un viejo anhelo, un proyecto que años atrás se había iniciado y por idioteces burocráticas que ignoro quedó trunco. Un diario. O mensuario, o como se le quiera llamar. Y el proyecto lo hicimos más intenso, aprovechando esta era ultra-digital, apostamos a tener una versión impresa y una virtual, y hasta pedimos que fuera publicado en la web de ASSE. Lo más lindo fue que la dirección dio el ok!!!! Y arriba, entusiasmados comenzamos. Los pacientes que se iban enganchando, a full, pusieron lo mejor de sí, dibujando, escribiendo, pensando y haciendo entrevistas. Una máquina productiva, creativa, literaria, artística, comenzó a desplegarse. Uno de los estudiantes, todo un crack en muchas cuestiones, logró dominar un programa de edición muy bueno, y logró plasmar una estética maravillosa en base a un muy bonito modelo de hoja pre-formada “como de papiro” hecha por un paciente. Una exquisitez realmente, una maravilla.
Pronto tenemos armado el primer número. Y ahí la decepción. No nos responden en dirección, que esperemos, que no se qué, que aún no lo estudiamos….. Y nos terminamos enterando en una reunión que integraron varios usuarios de los participantes del taller del diario, que la dirección debió mandarlo a ASSE para su aprobación, y había que esperar. Eso me desinfló totalmente. Una vez más se nos corta el proyecto, pensé. Por suerte, en la semana que escribo estas líneas me entero que nos dieron el “ok”, pero solo para su impresión a nivel interno. Y bueno… peor es nada. Igual queda pendiente que nos respondan para su versión digital. Miren que fuimos ultra-respetuosos, no se pone ningún nombre de usuarios, todo se manejó con seudónimos, en fin, toda la ética en juego.
A fin de año, en diciembre, se nos viene la hecatombe otra vez. Los casos de covid en Montevideo y todo el país aumentan drásticamente, alerta roja y el gobierno toma algunas medidas. En el hospital impacta otra vez en lo grupal, aunque esta vez no tanto. Se nos autoriza a trabajar en espacios al aire libre y con los recaudos pertinentes. Me vuelvo a reencontrar con los Grupos Dinámicos Espontáneos, dispositivo creado por el amigo Psicólogo Raúl Penino, fundador del Programa Puertas Abiertas. Esta vez los realizo al aire libre, al ladito de la sala de rehabilitación del sector masculino que no nos dejan usar por ser un espacio cerrado. Este dispositivo bien puede recibir el nombre de talleres esquizoanalíticos o esquizodramas (ah, ya extraño los esquizodramas mixtos realizados en el comedor durante 2019). Espacios de libertad, como los denominé en un trabajo anterior publicado en este blog, que resisten e insisten en la pandemia manicomial.
Publicado por Alfredo Perdomo

