1°) Por aquí por allá colapsando – Sandra Petrovich – ☼ – 2°) Dostoyevski, mucho más que un escritor -☼-3°) Resonancias (sobre E. Zola)

 

 Envueltos en  mantas

en las  calles bajo cielo  abierto

Los bultos dispersos

son  consecuencias materiales y espirituales

de circunstancias azarosas e intencionales

Un cuerpo dueño de nada

duerme de un sueño oscuro

sin mañana ni tempo

Todo el tiempo

 

Por aquí por allá colapsando

Estamos en colapso como sociedades desde hace unos cuantos años, solo que como una esponja fuimos absorbiendo entre fatalismo y naturalidad el hecho  de que el mundo se estaba desmoronando de manera cada vez más inquietante, pero la máquina del progreso siguió en movimiento cada vez más acelerado.  Así fueron desapareciendo distintas especies, bosques, cursos de agua, peces muertos por miles en las costas, propagación de virus que afectan a los  humanos, contaminación del aire y el agua.  El hambre creció en el mundo de manera exponencial, también los rascacielos, los viajes baratos a destinos exóticos, los bosques comenzaron a arder.  Las especulaciones de todo tipo constituyen el elemento que nos cerca cotidianamente; fue ganando la mentira y la mediocridad.  Es el triunfo de la sin razón a lo que  estamos asistiendo.  Esto nos ha llevado al umbral de un mundo colapsado, un virus cerró las fronteras, la vida se replegó, abandonamos las calles, las escuelas, el mundo se militarizó.

No falta mucho para cumplir dos años de emergencia sanitaria mundial, el sistema se reactiva y va por más en las inversiones, en los mega proyectos extractivitas saqueando territorios, culturas.  Ya  estamos ahí dando el salto cuántico que nos llevará a una sociedad post humana. El capitalismo libra una batalla encarnizada en su última fase, los EEUU van perdiendo su hegemonía y nos encaminamos a un mundo multipolar  con predominancia de China.

Esto nos traerá grandes destabilizaciones en especial en nuestro continente de Abya Ayala.

Todas nuestras vidas están trastornadas física y psíquicamente y esto se resiente en todos los niveles de las relaciones humanas; se siente la pérdida de referentes, todos los paradigmas se tambalean, por ello es importante no aferrarnos a sistemas cerrados del pensamiento y guardarnos bien de  ir al encuentro con el otro, entrar en composiciones amorosas y rebeldes que potencien la vida.

No salimos del asombro en cuanto a las reacciones post pandemia o en medio de ella, el sistema en su conjunto y mucha gente empujan a retomar la vida como si nada estuviera pasando; vuelven los viajes en avión, la industria del turismo empuja, se multiplican las opciones gastronómicas de lujo, los grandes espectáculos.  Mientras aun no salimos  de la emergencia sanitaria se ha instalado a escala global una nueva normatividad que regula todos los órdenes de la vida de las personas, esto tiene que ver con la movilidad de las personas que lleva a tender cercos y levantar muros para expulsar del mundo a los migrantes; el control absoluto de la población mundial y los territorios con un despliegue de guerra.  En este contexto en nuestro territorio se retrocede en cuanto a derechos, programas sociales, reforma de la enseñanza, extensión de la edad jubilatoria.  El estado, los estados no son reformables y desde ahí tampoco se solucionaran los problemas de la vida de la gente y del planeta, dado que los estados cumplen el rol regulador de las políticas  dictadas por las élites  del nuevo orden mundial.  Vemos de este modo que  sólo desde la auto organización se podrán construir alternativas de autonomía alimentaria y todo cuanto sea indispensable a la vida.  Conviene observar algunas experiencias que  son relatadas por Raúl Zibechi en uno de sus libros “Los pueblos rompen el cerco – Tiempos de colapso II”  Desde las comunidades zapatistas, pasando por la guardia indígena en Colombia (CRIC), el MST en Brasil, el Mercado Popular de Subsistencia en Uruguay o las organizaciones sociales campesinas en Argentina vemos la importancia de estar organizados en forma asamblearia y horizontal, de tener resuelto el tema de la autodefensa de las comunidades y lo más importante producir lo necesario para alcanzar la autonomía alimentaria, la salud.  El establecimiento de redes por donde circulan las canastas de alimentos, la organización de ferias, trueques, etc.

Algo que se puede constatar es el aumento de las violaciones a los DDHH en todo el continente, la violencia hacia la mujer.  Uruguay no escapa a la regla, se producen con frecuencia abusos policiales y aumentaron igualmente las muertes por gatillo fácil, lo que es peor, en plena pandemia el gobierno lleva adelante un plan de reajuste y reforma a través  de una serie de leyes llamadas de urgente consideración( LUC).

La solidaridad circula entre los de abajo y es lo que ha asegurado que miles puedan comer desde las ollas populares y ha surgido las coordinación de ollas.  En esto se han sumado varios sindicatos.  Pero frente a  la magnitud de las dificultades que se avecinan, se hace evidente que producir alimentos es urgente y necesario para el conjunto de la sociedad y en eso a las organizaciones sociales les va la vida.  Es en medio de este caos-mundo que cabe preguntarse en las fuentes de energía con las cuales las comunidades  contarían, toca pensar en mucho, en todo  decimos.

Así es que mientras los robots comienzan aparecer y a remplazar al humano en distintas esferas y las tecnologías  nos preparan un mundo virtual desde los satélites, en el llano, los comunes, los de a pie, los nadie quedaran en el lodo que nos deja el sistema capitalista y ahí la vida y su organización dependerá solo de la conciencia y capacidad organizativa de los pueblos. Lo urgente y necesario es lo que hace a la vida y acá en nuestro territorio, es abordar de una vez por todas el tema de la tenencia de la tierra.  También algo que se desprende de pura lógica es que el conjunto del movimiento social no puede seguir ciegamente esperanzado en  ilusiones electoralistas porque ningún cambio de los necesarios vendrá de allí.

Sandra Petrovich para la revista  Alternativas

( artista plástica y visual, poeta)

noviembre 2021

 

 

 

Dostoyevski, mucho más que un escritor

El pasado 11 de noviembre de 2021 se cumplió el aniversario 200 del nacimiento de Fiódor Mijáilovich Dostoyevski, célebre pensador y literato universal, cuyos escritos se internan en la psicología humana y en la existencia espiritual de la sociedad rusa, complejas incluso hasta la actualidad. Friedrich Nietzsche escribe: “Dostoyevski, el único psicólogo, por cierto, del cual se podía aprender algo, es uno de los accidentes más felices de mi vida”.

Su infancia dura, la muerte de su padre, asesinado por campesinos insurrectos, y su arresto, prisión y condena a muerte por formar parte del Círculo Petrashevski, grupo intelectual liberal acusado de conspirar contra el zarismo, moldearon la personalidad y el pensamiento de Dostoyevski. Luego del levantamiento y la ejecución de los decembristas en 1825 y de las revoluciones europeas de 1848, el zar Nicolás I era enemigo acérrimo de toda organización clandestina que hiciera peligrar la existencia del régimen autocrático de Rusia.

El 22 de diciembre de 1849, Dostoyevski y otros miembros del Círculo Petrashevski fueron llevados al patio de fusilamiento de la fortaleza de San Pedro y San Pablo; en el último momento, su pena fue conmutada por cinco años de trabajos forzados en Siberia. Tiempo después, Dostoyevski relataría: “En verano, encierro intolerable; en invierno, frío insoportable. Todos los pisos estaban podridos. La suciedad de los pavimentos tenía una pulgada de grosor; uno podía resbalar y caer… Nos apilaban como anillos de un barril… Ni siquiera había lugar para dar la vuelta. Era imposible no comportarse como cerdos, desde el amanecer hasta el atardecer. Pulgas, piojos, y escarabajos por celemín”. En esa época, sus ataques epilépticos se agravaron.

Luego de la amnistía, decretada por el zar Alejandro II, y de recuperar su título nobiliario y obtener permiso para publicar sus obra, Dostoyevski criticó el nihilismo, doctrina filosófica que rechaza todos los principios religiosos y morales y que estuvo en boga en la sociedad rusa de esa época. También criticó al movimiento socialista de Rusia, porque consideraba que quienes propagaban dichas ideas no conocían al pueblo ruso y no era posible trasladar una ideología europea a la Rusia de entonces, pensamiento que plasmó en “Los endemoniados” y en las reflexiones de Zosima, personaje de “Los hermanos Karamázov”.

Como cristiano, Dostoyevski consideraba que incluso “el rico más depravado acabará por avergonzarse de su riqueza ante el pobre”, y rechazaba el ateísmo y la destrucción violenta del orden establecido para realizar un cambio social, sea reaccionario o progresista, y fue partidario de la abolición de la servidumbre, reforma promulgada en 1861 por el zar Alejandro II.

Dostoyevski se casó en febrero de 1857 con María Dmítrievna Isáyeva, viuda de un conocido suyo de Siberia. En diciembre de 1859, en San Petersburgo, fundó con su hermano Mijaíl la revista Vremya, donde publicó “Humillados y Ofendidos”, novela en la que expuso los abusos de las clases dominantes y los valores morales con que se sostienen los humildes ofendidos; también editó “Recuerdos de la casa de los muertos”, basada en sus reminiscencias de prisionero en Siberia.

En 1864, luego de que Vremya fuera prohibida por la censura, Dostoyevski editó con su hermano una nueva revista llamada Época, en la que publicó “Apuntes del subsuelo”, obra filosófica literaria que ha influido notablemente en los grandes escritores del siglo XX. Luego de la muerte de su esposa y de su hermano, su ánimo se resquebrajó, se hundió en la depresión y se dedicó al juego, lo que le acarreó grandes deudas al perder mucho dinero en los casinos extranjeros.

En 1865 comenzó a escribir “Crimen y castigo”, novela de carácter psicológico y una de las más influyentes en la literatura universal. Pese a que en 1866 esta obra tuvo un éxito rotundo, sus deudas eran tan grandes que se vio obligado a firmar un contrato leonino, que lo perjudicaba, pues el dinero que recibía iba directamente a manos de sus acreedores; además, se comprometió a entregar una nueva novela ese mismo año, caso contrario perdía los derechos patrimoniales sobre sus obras, que pasarían a manos del editor. Dostoyevski empleó a Anna Grigórievna Snítkina, joven taquígrafa, a la que en veintiséis días dictó la novela “El jugador”.

Poco después, el 15 de febrero de 1867, Dostoyevski se casó con Anna, se estableció en Ginebra y comenzó a escribir “El idiota”, una de sus novelas más talentosas, cuyos primeros capítulos se publicaron el año siguiente en la revista El Mensajero Ruso. A esta novela pertenece la famosa frase, que en momentos de incertidumbre levanta el ánimo, “La Belleza Salvará al Mundo”. Luego de que El Mensajero Ruso les pagara por “El idiota”, el dinero les alcanzó para cancelar deudas y vivir algún tiempo con algo de tranquilidad; la situación económica de la familia era “de relativa pobreza”, según palabras de su esposa.

En 1870 escribió “El eterno marido”, novela corta en la que abordó un complejo drama matrimonial. En 1871 Dostoyevski y su esposa regresaron a San Petersburgo, donde comenzó a publicar la revista Diario de un Escritor, en la que escribió historias cortas, artículos políticos y crítica literaria.

En 1972 publicó “Los endemoniados”, novela psicológica sobre sus inquietudes políticas, en la que narra sobre la tragedia que sería para el mundo en triunfo del nihilismo. Según Ronald Hingley, especialista en Rusia, “es uno de los más impresionantes logros de la humanidad… en el arte de la ficción en prosa”.

Su exitosa labor en El Diario de un Escritor se vio interrumpida cuando en 1878 comenzó a escribir “Los hermanos Karamázov”, que luego publicaría en la revista El Mensajero Ruso. Esta novela, apenas apareció, fue considerada una obra maestra de la literatura rusa, puesto que de inmediato llamó la atención de todos los lectores y fue elogiada incluso por los adversarios literarios de Dostoyevski, quien en algunas tertulias leía fragmentos de la misma. Sin embargo, y pese a ser su obra maestra, la novela no se terminó de escribir; según el esquema que trazó, la segunda parte debía desarrollarse trece años después.

Dostoyevski murió el 9 de febrero de 1881 como consecuencia de una hemorragia pulmonar causada por un enfisema. Fue enterrado en el cementerio Tijvin, situado en el Monasterio Alejandro Nevski de San Petersburgo. Su entierro fue apoteósico e incluso a su última morada lo acompañaron los nihilistas, contrarios a las creencias de Dostoyevski. Su esposa escribió: “los diferentes partidos se reconciliaron en el dolor común y en el deseo de rendir el último homenaje al célebre escritor”.

Dostoyevski y Tolstoi, gigantes de la literatura rusa, nunca tuvieron la oportunidad de conocerse, sin embargo se admiraban mutuamente. Anna Grigórievna Snítkina escribe en “Recuerdos” que sólo una vez tuvo la dicha de ver y hablar con el conde Tolstoi, quien también la quería conocer. “¡Qué raro! ¡Cómo se parecen a sus maridos las mujeres de nuestros escritores!”, expresó Tolstoi. “¿Que me parezco yo a Fiodor Mijailovich?”, le preguntó ella muy complacida. “Muchísimo. Exactamente como usted es, me imaginaba yo a la mujer de Dostoyevski”, palabras que se volvieron el halago más inolvidable en la memoria de Anna Grigórievna.

Tolstoi había escrito respecto a la muerte de Dostoyevski una carta, que ella conservaba como una joya, y por la que le expresó su gratitud. “La escribí con toda sinceridad. Siento en el alma no haber tenido ocasión de conocer a su marido”, expresó Tolstoi. “¡Y cuánto lo sentía él también!”, exclamó ella y le comentó sobre una reunión en la que casi se encuentran. “¿De veras? ¿Estuvo también allí su marido? ¡Qué lástima! Yo siempre tuve aprecio a Dostoyevski, y quizás fuera el único hombre al que yo hubiera podido consultar muchas cosas y que hubiera estado en condición de contestarme… Dostoyevski era un hombre noble, animado de un espíritu verdaderamente cristiano”.

Anna dice que evitó encontrarse otra vez con Tolstoi, porque quería conservar intacta aquella encantadora impresión que tuvo de esta reunión. “¿Por qué iba yo a aventurar espontáneamente, al albur, ese preciado recuerdo, de los que tan pocos nos depara el destino?”, escribió ella.

Fuentes: Rebelión

 

 

 

Resonancias

Escrito por Noé Jitrik

Resonancias

Émile Zola fue muy conocido en el último tercio del siglo XIX; sus novelas fueron traducidas y publicadas en muchos países, incluso en la Argentina, donde influyó mucho en los escritores que comenzaban a observar lo que pasaba en la sociedad y no poseían todavía los instrumentos para manejarlos con voces propias. Eugenio Cambaceres lo tuvo en cuenta y su presencia llega hasta Manuel Gálvez unos años después: su novela Naná es modelo de El mal metafísico y seguramente de otros textos pero, además, el hecho de que defendiera (J’accuse) al injustamente encarcelado Deyfuss, lo convirtió en referencia constante de la responsabilidad de los intelectuales. Quizás la “Carta de un escritor a la Junta Militar”, de Rodolfo Walsh, está en esa línea. Debe haber mucho más.

Como lo saben quiénes han leído las novelas de Zola, su propósito narrativo era mostrar -–denunciar– a través de la historia de una familia y sus diferentes expresiones individuales, los vicios y aberraciones, siguiendo las prescripciones del triunfante “naturalismo”, de la sociedad francesa durante el llamado “Segundo Imperio”, la Francia industrializada y colonialista, la locura en sus diferentes manifestaciones, los fracasos de las tentativas de una vida posible, quizás con restos del idealismo romántico que el arrollador capitalismo destruía implacablemente y por los más diversos medios. Cada novela los va registrando y son muchas: Zola, como Balzac y Suè, era infatigable, las novelas salían una tras otra, sin descanso. Una de ellas, La obra, creo que de las últimas de la serie, se diferencia en parte del conjunto, se presenta en ella un mundo muy particular, el del arte, donde estaban pasando muchas cosas, el impresionismo en primer lugar, y se insinuaban los lineamientos de las vanguardias.

Es la historia de un pintor de extraordinario talento pero que, tal vez, porque arrastra estigmas hereditarios, no consigue hacerse ver ni escuchar, su existencia es una cadena de dolorosos fracasos, pocos comprenden lo avanzado de su propuesta pictórica, los colegas lo ignoran y la Academia rechaza sus temáticas que son de una audacia sin igual. En especial, su obra maestra: un grupo de hombres, pintores se supone que son, están en un prado sentados en el suelo rodeando con curiosidad a una mujer desnuda, junto a un mantel extendido en el pasto. Ignorado, el pintor termina por morir pobre, enfermo, despreciado. Una escena final de la novela me pareció muy potente y no dejo de recordarla: cuando se procede a su sepelio, sólo dos amigos acompañan el coche fúnebre; dialogan y uno de ellos, melancólicamente, dice más o menos esto: “creímos que la ciencia salvaría a la humanidad pero, al final del camino, al terminar el siglo, la religión ha regresado con toda su fuerza”. ¿Estamos en lo mismo ahora, regresa la religión o las creencias o el sin sentido y la ciencia está arrinconada y la cultura apagada? Espero que en América Latina eso no suceda y estemos a punto de recuperar una fuerza que parecía haberse apagado precisamente con el incomprensible triunfo de las derechas que si no en nombre de la religión, se impusieron seguramente en el del irracionalismo, ver nomás a los Bolsonaros, Macris, Morenos, Añez, Trump, hoy quizás durmiendo el sueño de los canallas.

Pero si bien esa cuestión, razón versus creencias, no cesa de plantearse y parece ser un núcleo de las idas y vueltas que sufren nuestros países, y bien valdría la pena no dejarla de lado, la novela propone al mismo tiempo una cuestión que tiene su importancia: la suerte del pintor y su menospreciada obra. Cuando salió la novela, Cézanne se disgustó: creyó que Zola se había referido a él. No tenía motivos para creerlo porque era bastante evidente que no se tratabade él ni del pintor Edouard Manet sino de su cuadro, “Le déjeuner sur l’herbe” (“El almuerzo campestre”). Zola recreó, ficcionalmente, al desdichado pintor siguiendo su filosofía del fracaso y lo ligó, no con Manet, su autor, sino con la suerte que tuvo el cuadro, rechazado por el Salon y objeto hasta de burlas y escasos reconocimientos: el mismo tema, casi la misma composición le brindó el éxito, poco tiempo después, a otros pintores, a Monet y a Renoir, creo.

En este punto me desvío, dejo a Zola, y voy yendo a lo que más me interesa: Manet también fue rechazado por otra obra, célebre a posteriori, “Olympia”; una mujer desnuda, tendida en un lecho y asistida por una mujer negra. Cuando la mostró una oleada de burlas y de insultos cayeron sobre él. ¿Se habrá deprimido? Es probable pero, con el tiempo, las lecturas que se hicieron fueron siendo consagratorias, críticos de arte y escritores formularon interpretaciones, la obra está y queda, forma parte de un reducido elenco que compone un museo quintaesenciado, el “museo de la pintura” propiamente dicha, que alberga las obras más sobresalientes que se pudieron haber pintado en todos los tiempos. Vale la pena detenerse en ella y lo que muestra.

Desnuda, por cierto, pero como algo indiferente a lo que implicaría la desnudez, o sea indefensión, sexualidad, provocación, tantas cosas que busca la mirada en la desnudez femenina. El cuerpo se extiende, es una gran llanura que va del cuello hasta los tobillos, todo es de una naturalidad tranquila, no hay nada de violento ni de perturbador, salvo, precisamente eso, perturba esa calma, obliga a comprenderla. El desnudo es el gran desafío al que casi todos los pintores responden, tal vez busquen en esas figuras femeninas la gran respuesta sobre lo esencialmente humano. No lo sé y no lo afirmo pero sí me parece ver en ese gesto una actitud metafísica, un incontenible deseo de saber lo que se ignora, la gran falta.

Pero no es sólo eso, es algo más poderoso, difícil de poner en palabras: siento una muda resonancia que brota de ese cuerpo pintado, no importa si es fiel a un modelo o no, es real en la prisión de la tela, no importa si representa a un ser de carne y hueso o sitúa su belleza en una esfera ideal. En esa resonancia, me atrevo a decirlo, descansa lo que significa no la figura y su desafío, técnico u obediente a normas y exigencias, sino la pintura misma, en sí misma, y que es lo que la justifica, así como justifica esas obras que componen el museo al que me referí líneas arriba. Y eso, por contraste, me permite comprender aquellas que no la emiten y que, más que muda resonancia, exhalan sorda vibración.

Se diría que la resonancia es todo y es nada o, mejor dicho, es generada desde un lugar y por determinados medios: una mano que maneja pinceles y colores, una textura sobre la que se va cubriendo, formas que van brotando y que pueden tener todos los orígenes que se quieran pero cobra identidad y existencia una vez concluidas. No (me) importa si lo que resulta se coloca en determinado estante, realismo o fantástico o abstracto, lo que me importa es la resonancia que se puede percibir, afinando el oído, en lo obtenido que, a su vez, conduce a otra parte, me gustaría designar ese lugar como “significación”, vehículo, además, de lo que es el “reino de este mundo”.

Por esa soberana razón es claro que no se trata sólo y únicamente de la pintura sino de lo que emerge de cualquier manifestación humana, empezando por la poesía –un verso iluminado resuena–, por la música más allá de los sonidos, de las llamaradas discursivas, de las declaraciones más íntimas; por contraste, cuando no hay resonancia es que no hay significación y, en consecuencia, todo se disipa en la niebla de la inutilidad. La resonancia está en el convencimiento y en la memoria, en la credibilidad y la persuasión. Sin eso, creo, o sea si no se produce o si no se percibe cuando se produjo, la sociedad chapotea en el fango, no queda sino perdurar y esperar que alguna resonancia seque el pantano y todo empiece a palpitar.

noviembre de 2021

Fuente: https://www.desdeabajo.info/cultura3/item/43794-resonancias.html

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