Revista Alternativas- ⭐ – 29/01/2022

✴1)Uruguay-  Contra la cultura de la violación.

✴2) Violadores y preguntas incómodas

✴3) Omicron y Ucrania

✴ 4) Argentina. Infancia wichí condenada

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Contra la cultura de la violación.Miles de mujeres en las calles en todo el país

Importantes movilizaciones se produjeron en varias ciudades para repudiar la violación
grupal ocurrida en Montevideo y el tratamiento que tuvo en los medios y en el gobierno.
Nuevamente las mujeres enfrentando las múltiples violencias.

Sábado 29 de enero |

Una multitud de mujeres recorrió las calles de Montevideo, pero también lo hizo en la mayoría de los departamentos del país. Más de 50 ciudades y localidades vieron a las mujeres agruparse, organizarse, hacer carteles y pintarse la cara de lila.

Fue en respuesta al cruel episodio de violación grupal que sucedió el domingo pasado en el barrio de Cordón, en Montevideo, cuando una mujer de 30 años se fue de un boliche con un varón al apartamento de este y, mientras mantenía relaciones sexuales con él, ingresaron varios hombres más y la violaron en grupo.

El tratamiento de los medios fue revictimizante y lleno de dudas hacia el relato de la mujer. Las redes sociales se llenaron de comentarios culpabilizando a la mujer de por qué tenía sexo ocasional o si no estaba vestida demasiado provocativa. Los dichos del presidente Luis Lacalle Pou de que “las violaciones no son propias de los seres humanos ni del género masculino” intentaban individualizar el hecho y quitarle el carácter social y cultural que tiene la violencia hacia las mujeres. La justicia, como siempre, lenta. Por todo eso, miles y miles de mujeres de todas las edades, salieron a las calles.

Una vez más las mujeres hemos tomado las calles para denunciar que nos siguen matando, que nos siguen violando, que nos siguen cosificando. En menos de una semana, las mujeres nos organizamos a nivel nacional para denunciar las múltiples agresiones y para exigir medidas urgentes.

No es presunción, es violación

Permanentemente el relato de la mujer se cubre de un manto de duda y de prejuicios. “Se regaló un poco”, “andá a saber cómo iba vestida”, “no es conveniente tener sexo en la primera cita”. Permanentemente se vulnera nuestro derecho a una vida libre de violencia, a un ejercicio pleno de nuestra sexualidad. Permanentemente se posa sobre nosotras la intención de convertirnos en responsables de la situación que nosotras mismas padecemos.

Pero, contra todo intento de victimizarnos, las mujeres salimos, tomamos las calles de todo el país para denunciar las múltiples violencias: la violencia emocional, la sexual, la institucional, la laboral.

El Estado es Responsable

La opresión hacia la mujer se da de diversas formas, y la responsabilidad estatal nuevamente queda clara. No hay una educación sexual integral en escuelas y liceos (y cuando decimos integral, nos referimos al abordaje del derecho a una sexualidad libre y a una vida libre de violencia).

Por su parte, este gobierno, como el anterior, se han negado a otorgar presupuesto a la Ley Integral de Violencia basada en género (Ley 18580) que podría mejorar y ampliar la capacidad de asistencia a mujeres en situación de violencia, a la vez que garantizaría la capacitación del personal de educación y salud.

Hijos sanos del patriarcado

El presidente Lacalle Pou quiso empatizar con al movimiento de mujeres, pero la embarró nuevamente. Quiso individualizar una situación que es general y atiende a problemas estructurales de esta sociedad capitalista y patriarcal. Si la justicia tarda meses en proteger a un niño o niña de su abusador, eso es parte de la cultura de la impunidad. Si en las redes sociales se justifica el acoso callejero, eso es violencia machista. Si en los medios se venden mercancías mostrando el cuerpo de las mujeres, eso es cosificación. Entonces, ¿no se trata de un problema estructural, Sr. Presidente? Evidentemente o no lo entiende, o es un cínico y, por lo tanto, encubridor. Las acciones violentas contra las mujeres están naturalizadas y legitimadas por esta sociedad, que encima se aprovecha del trabajo no remunerado de las mujeres para mantener el privilegio de unos pocos.

Mujer, escucha, tu lucha es nuestra lucha

Las mujeres de Casa de Galicia, que se encuentran luchando contra el cierre de la mutualista, que vienen de una importante movilización hacia la residencia presidencial, que han iniciado una huelga de hambre y que han tenido que ir en contra de su propia dirección sindical y de la FUS, también dijeron presente.

Es que la violencia laboral se recrudece aún más cuando de mujeres se trata, porque en general son sostenes del hogar, porque tienen que lidiar ellas solas con la crianza de sus hijas e hijos, porque de su salario depende toda la familia. Son dos y hasta tres jornadas de trabajo de cada mujer. Es violencia porque precarizan nuestras vidas. Y es violencia que se aprovechen de esta situación para pretender que acepten una miseria frente al cierre decretado por la justicia.

Pero las mujeres se pusieron a la cabeza de la lucha, y van a defender a Casa de Galicia para que permanezca abierta y con todo el personal. Y también estuvieron en la movilización.

Te puede interesar:Casa de Galicia.Trabajadoras y trabajadores se movilizan contra el cierre de la mutualista y por los puestos de trabajo

El movimiento de mujeres vuelve a dar una demostración que no va a parar hasta que se derriben las ataduras de nuestra opresión: ¡hasta derribar al patriarcado, y con él al capitalismo, no paramos!

Fuente: https://www.laizquierdadiario.com.uy

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Violadores y preguntas incómodas

Por Marcia Collazo.

violadores violencia acoso

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Hablar y que no te escuchen. Hacer una denuncia policial por violencia doméstica y que te atiendan con gesto de evidente molestia (antes te mandaban a tu casa y te recomendaban que lo trataras bien a tu hombre, que al fin de cuentas era un honesto y sufrido trabajador). Ir por la calle, las adolescentes y las jóvenes, y abrirse paso como entre las columnas de un ejército de acosadores.

Los ejemplos llenarían miles y miles de páginas, trazarían rutas estelares, llegarían a mundos que no conocemos, en donde tal vez las cosas no sean tan patéticas. Mi hija, una mujer pequeña y delicada, acudió en cierta ocasión al Sindicato del Taxi con un compañero de estudios. La última vez que fueron, a modo de despedida, uno de los dirigentes le regaló un libro. A él. No a ella. A mi hija ni siquiera la miraron. Mi hija formaba parte del universo de ese varón, representante omnímodo de la situación. Mi hija era una simple adherencia, una sombra, una prolongación. A mí, cuando voy con mi marido a un restaurante, una ferretería o una estación de servicio, tampoco me miran. No me ven. No existo. Si por casualidad llego a hablar, responden dirigiéndose a mi esposo, o con la vista hacia otro lugar. Se trata de sutilezas mínimas. Violencias diminutas. Las mayores quedan reservadas a situaciones mucho más dramáticas, pero el hecho es que las mujeres somos menos humanas que los varones, y estamos por lo tanto en un podio inferior en materia de existencia y de reconocimiento. Ríos de tinta se han vertido a estas alturas sobre el asunto, y mucho se ha luchado también, aunque con despareja suerte.

Puede decirse que la visualización de este problema, el de la mujer y su reconocimiento humano, recién comienza a desplegarse. A las precursoras, sencillamente las mataron, las metieron en cárceles o en manicomios, las silenciaron de mil maneras distintas. Pero no deberíamos olvidar que sigue tratándose de una lucha, librada por unos seres humanos en aras de su liberación. Es probable que muchas veces hayas escuchado hablar de patriarcado en términos de denuncia, y te haya parecido excesivo, exagerado, impertinente. Es probable que hayas escuchado hablar de feminismo y te haya parecido radical, propio de mujeres extremistas e inadaptadas. En parte es cierto. Cuesta desprenderse de un mandato milenario, que hunde sus raíces en el paleolítico.

Cuesta ver el mundo desde otro lugar, hacerse preguntas incómodas, poner el dedo en la llaga. Es más fácil y mucho menos costoso seguir el viejo trillo de los mandatos culturales. Pero de pronto la burbuja se rompe. Cinco machos violan a una mujer sola e indefensa, y ahí aparece el patriarcado en su esplendor, presidido por Zeus en su trono de piedra, para mostrarse indulgente con los varones y señalar a la mujer. Seguramente los provocó. Seguramente miente. Seguramente es culpable. Por inconsciente, por irreflexiva, por indecente, por loca, por puta. Y en función de todo ello debe ser castigada. Los varones violadores, en cambio, son provocados. No actúan por su propia voluntad, sino en función de la provocación, y sus apetitos sexuales, aun violentos, resultan siempre legitimados por la urdimbre social y cultural del patriarcado. Las hijas de Lot, en la Biblia, quedaron embarazadas de su propio padre. ¿Fue Lot un violador? Nada de eso. La culpa la tuvieron las hijas, quienes lo emborracharon para poder sostener con su padre el “comercio carnal”. ¿Ahora pueden verlo? Alguien ha dicho que el patriarcado es un sistema de dominación estructural y  permanente contra las mujeres, las niñas, los niños y los sectores más vulnerables de la sociedad, basado en la masculinidad hegemónica, o sea en el poder de los varones, y en la consiguiente sumisión de las mujeres. Ello legitima toda discriminación e incluso toda violencia de género.

El patriarcado considera al varón como referente máximo de lo humano. La mujer no es tan humana como el hombre, y por eso la muerte de un solo varón por causa de violencia (los ejemplos abundan) provoca muchísima más conmoción que la de treinta mujeres. Los brutales incidentes ocurridos en Quebracho en 2018, sobre los cuales se ha tendido el manto del más perfecto olvido, son muy elocuentes en este sentido. Un hombre de 33 años asesinó a su exsuegra y al policía que acudió al lugar, vandalizó completamente la propiedad del nuevo novio de su antigua pareja (con quien tenía una hija pequeña), se dio a la fuga y finalmente, después de escribir una carta, se suicidó. Toda la comunidad de Quebracho cerró filas en su defensa, de manera directa o indirecta. Se trataba del honor burlado de un macho de la especie. Hasta la policía se permitió enjugar una lágrima en su comunicado: “Hizo público el amor a su exseñora y el perdón a la Policía y a sus amigos”, dijo Mendoza, jefe de Policía de Paysandú. ¿Qué habría pasado si en lugar de un varón se hubiera tratado de una mujer? ¿Se habría tenido hacia ella parecido y emocionado sentimiento? Ni en sueños. Por lo menos habría sido tildada de mala madre, hembra maliciosa, criminal de entraña siniestra y loca desnaturalizada.

Habrás escuchado muchas veces, también, hablar de lenguaje inclusivo, y es probable que te haya parecido forzado, molesto y desproporcionado. Ganas de andar machacando la paciencia al cuete, dirás, por parte de un montón de exaltadas. Sin embargo, el sustantivo “hombre” es usado para referirse a los varones y a las mujeres, de manera “inclusiva” (allí es bienvenido el término), en tanto que el sustantivo “mujer” no se entiende jamás como un concepto genérico. Si en un aula de veinte chicas y un solo varón, un profesor dice “Cómo están todas”, de inmediato estallan las risas, y nueve veces de cada diez ese único varón levanta la mano para hacer notar que, con su sola presencia, ya no es posible decir “todas”, sino que debe decirse “todos”. Un solo varón extiende su dominio de humanidad superior al resto de sus compañeras de aula, y la situación es replicada a escala universal. Valga este modesto ejemplo para mostrar el verdadero (y sólido) fundamento del lenguaje inclusivo que, molesto y todo, urticante y todo, se asienta en una inocultable situación de injusticia.

El patriarcado existe. Es anterior a todo feminismo, y ha provocado todas y cada una de las guerras y los abusos del planeta. Pero sigue entre nosotros, campea en sus fueros y se regodea en su impunidad, y por eso los violadores en manada cuentan de antemano con el beneficio de la duda, y por qué no, de la indulgencia. Pero el patriarcado es una construcción cultural, no forma parte de los ciclos naturales, no es una ley física. No se rige por las evidencias o por los silogismos. Se alimenta solamente del miedo, de la pereza mental, de la comodidad de los privilegios feroces. Como llegó, puede irse, para dar lugar a un mundo un poco menos cruel, arbitrario, tiránico e injusto. Depende de vos, de mí, de “todes”. Creo que el final del patriarcado es una muerte anunciada. Lo prueban las numerosas señales que en ese sentido vienen dándose. Pero son lentas, lentísimas, y su precio es demasiado alto en términos de dolor, de indignación, de infamia y de sangre. Si sumáramos cada quien un granito de arena a la tarea de despertar conciencias, tanto la propia como las ajenas, si permitiéramos que asomen a nuestra mente las preguntas que no nos hemos querido formular (¿serán tan locas las feministas, existirá de veras esa cosa llamada patriarcado?), sería más fácil alcanzar la victoria anunciada, por lo menos para que la vean nuestros nietos y nietas, que no nosotros. Mientras tanto, como en el acto final de La Tempestad de William Shakespeare, yo les pido a mis amables lectores: “Igual que por pecar rogáis clemencia, libéreme también vuestra indulgencia”.

 

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Omicron y Ucrania

Boris Kagarlitsky 

La aparición de una nueva cepa de covid al principio les pareció a los jefes, tanto en Rusia como en Occidente, una buena noticia. Desde el momento en que las autoridades de todo el mundo pasaron de resolver los problemas económicos y sociales a gestionar la pandemia , muchas cuestiones se han vuelto extremadamente simples. Cualquier prohibición, restricción y acoso puede explicarse por la situación sanitaria, y cualquier falla puede atribuirse al virus insidioso. Y es imposible no admitir que en este asunto los círculos gobernantes rusos han alcanzado la perfección. Si fallan en algo más, aquí nuestros árbitros son definitivamente campeones del mundo. Entonces, la aparición de una nueva cepa no podía dejar de complacer: no hay necesidad de apagar el negocio, continúa el banquete.

Por desgracia, pronto comenzaron a llegar noticias menos felices, para funcionarios y corporaciones. A saber, llegaron informes de que la nueva cepa, aunque altamente contagiosa, no era particularmente mortal. Lo que en realidad corresponde a todos los modelos tradicionales de epidemias. Si continuaran siempre con la misma intensidad, la humanidad se habría extinguido hace mucho tiempo. Y ciertamente al menos se habría reducido en número tres o cuatro veces. Pero no hay absolutamente ninguna necesidad de que el virus nos extermine. ¿Para qué? Somos sus transportistas y, aunque no voluntarios, sus distribuidores. Por lo que el “interés” del covid es propagarse, de ser posible, sin provocar “conflictos” innecesarios. Por lo tanto, en el curso de la evolución, son precisamente las cepas que se distinguen por su alta infecciosidad y baja letalidad las que ganan.

Parece que omicron es uno de esos.

Es demasiado pronto para fijar los resultados finales ahora, especialmente porque, como historiador y sociólogo, no puedo afirmar tener conocimientos profesionales en estos asuntos. Pero la tendencia es clara: en cuanto empezaron a aparecer los datos sobre la baja letalidad del omicron, la ansiedad empezó a aumentar notablemente en los círculos burocráticos. Ahora estamos alegremente informados sobre el aumento en el número de infecciones, prefiriendo no difundir información sobre el número de muertes, ni datos sobre la proporción de muertes e infecciones. Y los propagandistas de la medicina oficial gritan a una voz que hace falta calmarse y que la epidemia, independientemente de las mutaciones del virus, durará para siempre.

Sin embargo, si se confirma la versión sobre la transformación de covid en una especie de gripe común (de la que, por cierto, también se muere), los funcionarios perderán una maravillosa justificación para las prohibiciones y todo tipo de iniciativas administrativas, sin las cuales ahora les resulta difícil imaginar sus vidas.

¿Significa esto que se levantarán las prohibiciones y restricciones? Por supuesto que no. Pero se requiere con urgencia (sin esperar a que el omicron finalmente socave la legitimidad del sistema anticorrupción-represivo) inventar algo nuevo, encontrar otra justificación para dejar todo como estaba.

Y en Rusia ya existe tal explicación: la guerra inminente con Ucrania.

Es significativo que la histeria sobre el conflicto ruso-ucraniano crezca en proporción a la creciente insatisfacción con la política prohibitiva, justificada por la amenaza del covid. Y hay que admitir que la nueva amenaza es incluso mejor que la anterior. El virus sigue siendo invisible, y Ucrania se puede encontrar en el mapa.

Por supuesto, no todo puede reducirse a tareas de política interna y más aún de propaganda. Pero la geopolítica, que tal vez realmente preocupa al presidente ruso, existe principalmente en su cerebro. En cuanto a los otros participantes en el conflicto, son mucho más pragmáticos.

En el contexto de problemas crecientes, los líderes del Kremlin están comenzando a escalar las tensiones, esperando con este farol no solo aumentar su legitimidad y popularidad dentro de su propio país (lo cual, por supuesto, es una ilusión, pero ellos lo creen así). Putin, al parecer, realmente esperaba negociar algo con Occidente. Desafortunadamente para él, los políticos occidentales no son menos cínicos que sus contrapartes rusas. Y la idea de que puedan asustarse por la guerra, y más aún por una guerra entre dos estados periféricos igualmente dependientes de los mercados occidentales, debería parecer, en el mejor de los casos, divertida, para los funcionarios de Washington o Bruselas. Occidente no teme a la guerra, porque el “mal comportamiento” de Rusia solo le daría nuevas bazas económicas, oportunidades para aumentar la presión sobre Moscú. Los gobernantes de Ucrania no temen a la guerra, porque esta es una excelente ocasión para suplicar aún más la ayuda de los socios europeos y movilizar las emociones nacionalistas dentro del país para encubrir sus fracasos en todas las áreas imaginables de la economía y la política. El hombre común de la calle sí tiene miedo de la guerra, al darse cuenta de que tendrá que pagar por todo esto, si acaso no con su sangre, ciertamente con dinero. Pero, ¿a quién le importa la opinión del profano?

Sin embargo, las guerras ya empiezan a ser temidas en el Kremlin.

Como cualquier fanfarrón sin éxito, Putin se ve obligado a subir las apuestas al ver que el método elegido no funciona. Pero subir las tasas de riesgo no perjudica a nadie más que a sí mismo. Después de todo, ese farol ya no asusta a nadie. Y algunas personas se divierten.

 

El siguiente paso es predecible. Quedan dos opciones. O comience a luchar en serio, sabiendo que no sólo no hay un plan, sino si siquiera un objetivo estratégico. ¿Por qué luchar? ¿Conquistar Ucrania? ¿Qué hacer con ella luego? ¿Quitarle parte del territorio? ¿Qué parte? ¿Donde quedaría?

Pero  lo más importante es que no hay garantía de que las operaciones militares diesen al menos algún resultado, a excepción de personas muertas, dinero gastado y equipo roto en ambos lados. Todo seguirá como antes, excepto por el fuerte aumento del número de víctimas y otro daño de reputación.

Otra opción es la desescalada. La opción más probable y razonable. Pero hay dos problemas aquí. La primera es que será algo visto por todos, incluidos los que están dentro del propio Kremlin, como una derrota. Y los ciudadanos, irritados y ofendidos por las autoridades, sacarán definitivamente sus propias conclusiones. El segundo problema es que al reunir en un solo lugar a mucha gente armada, ambos bandos pueden perder fácilmente el control. Además, debemos tener miedo ya no de la notoria “agresión rusa”, sino de la habitual dejadez, que es más que suficiente en ambos lados de la frontera. Alguien dispara por diversión. Y comenzará la diversión.

En general, hay motivos más que suficientes para alarmarse. Y omicron contra ese fondo parece completamente inofensivo. Al menos el virus no está tratando de controlarnos.*

Fuente: Rabkor.ru

Tomado de: https://n0estandificil.blogspot.com/

 

 

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Argentina. Infancia wichí condenada: 7500 niños en riesgo

Por Silvana Melo

 

   (APe).- Hace décadas que los niños wichí se mueren de a racimos en el verano salteño. Pero hace sólo dos años que la provincia declaró la emergencia socio sanitaria en Rivadavia, Orán y San Martín. Pueblos partidos como cristales por la pobreza, la ausencia de agua, el desmonte brutal y las enfermedades feroces del desamparo. Salta, la más linda, es la tierra con mayor población originaria del país. Unos 80.000 hombres, mujeres y niños confinados a territorios yermos, rajados por la sequía, devastados por las inundaciones y los 50 grados del verano. Condenados a un exterminio planificado que tiene 500 años y al que resistieron en sus montes. Hasta que los montes cayeron bajo el poder del agronegocio para ampliar la frontera agropecuaria y angostar la de la vida.

Y les quitaron las aguadas, el comestible del río y del bosque, los medicamentos que nacen de las hierbas y de los árboles. Y los penalizaron a muerte lenta y sistemática. Más de 7500 niños están en riesgo nutricional en las comunidades originarias. Y ante la inminencia de un verano terrible la Defensoría del Niño de la Nación presentó en diciembre un amparo exigiendo, después de dos años de informes erráticos oficiales, que se proteja la vida de los chicos.

 

Pero se siguen muriendo por desnutrición, deshidratación y abandono. Como los dos bebés de hace siete días. Como las mamás que caen en el parto y dejan niños mínimos, huérfanos de toda orfandad. Como la nena de doce años violada y asesinada, en medio de adolescencias crecientes en el alcohol, las drogas precarias y la tala del futuro, que cae como los árboles. La nena velada en un cajoncito incierto, bajo un techito de nailon sostenido por un poste. Una foto monumental de la tragedia de esa niñez.

Mortalidades

El 7 por ciento de la población salteña es preexistente en un territorio copado por los empresarios agrarios y sus cómplices políticos, enriquecidos a partir del terricidio y del consecuente genocidio indígena. El 7 por ciento son pueblos originarios dispersos en misiones alejadísimas de la mano de todos los dioses. Los propios y los impuestos por lo propietarios de sus vidas y sus muertes. Misiones a las que, en los veranos llovedores y calientes, no se llega ni con los camiones del ejército. Donde se muere con la naturalidad de la rama que se mece.

Según la Universidad de Salta, citada por la Defensoría, más de la mitad de los niños de 0 a 14 años son pobres. La mortalidad infantil en Salta llega al 10,6 por mil nacidos vivos (Dirección General de Estadísticas de Salta – 2018): supera la media nacional de 8,8 (INDEC). En el Departamento de Rivadavia muere el doble: el índice es de 18,9 por mil nacidos vivos. En el primer cuatrimestre del 2020 –según el Ministerio de Salud de la provincia- murieron 113 en el norte de Salta. Casi el 60% en San Martín, Orán y Rivadavia.

En la segunda parte de 2020 murieron 41 niños originarios en esa zona. En junio de 2021, 28. Todos entre uno y cinco años. Con enfermedades dramáticamente evitables. Derivadas del bajo peso, de la pésima nutrición, de la escasez de agua. Del abandono. En el verano atroz de 2020 languidecían en Salta 855 niños y niñas de entre 0 y 5 años con bajo peso. 108 con muy bajo peso. En San Martín y Rivadavia 170 chicos de las misiones crecían a duras penas. Al límite de la vida.

Dice la Defensoría: “para el segundo trimestre 2021, 1746 niños menores de 6 años presentan alguna alteración antropométrica y/o nutricional. Entre ellos el 37% corresponde a pueblos originarios, residiendo el 80% en los departamentos declarados en emergencia sociosanitaria (Oran, San Martín y Rivadavia). Para el segundo trimestre de 2021, encontramos que entre los niños y niñas de 0 a 5 años que habitan en la Zona Sanitaria Norte – a la cual pertenecen los tres departamentos que nos ocupan- 7543 tienen riesgo nutricional, 470 bajo peso y 44 muy bajo peso”.

Desmontes

La pobreza extrema se hermana con la tuberculosis, la diarrea, el chagas, el hacre (contaminación por arsénico), la búsqueda de agua desesperada, mangueras larguísimas que se cuartean y explotan en el medio, canillas de donde brota apenas una gota marrón, agua trasladada en criminales bidones de glifosato. El Bermejo que se aleja todo el año e instala la sequía y vuelve como fiera en el verano y lo inunda todo. Y se lleva lo poquito que hay y cuando se va no queda nada. Loco comportamiento de un río enloquecido por el desmonte.

Un millón y medio de hectáreas se perdieron entre 2007 y 2016. La mitad de la tala fue clandestina. Connivencia estatal con el agronegocio, violencia, expulsión de los territorios, ilegalidad desde el propio estado. Gobernadores -Urtubey y Sáenz- implicados directamente con la tragedia natural y humana del territorio. Casi 30 mil hectáreas desmontadas en 2020 y la habilitación inminente de 28.311 más a pedido de siete agroganaderos y azucareros. El capital más descarnado maneja la pobreza y la muerte de los niños en la provincia de cara bella.

“Los departamentos de Orán, San Martín y Rivadavia en los que se concentra la tasa más alta de deforestación cuentan con una población de aproximadamente 117.000 niños y niñas de 0 a 14 años, la mayor cantidad de todo el país”, grafica la presentación de la Defensoría. Entre 2011 y 2018 desaparecieron casi 200 mil hectáreas de bosques en San Martín, Orán y Rivadavia.

El gobierno salteño prorrogó la emergencia sociosanitaria. Y respondió con evasivas la mayor parte de los pedidos de información de la Defensoría del Niño. Llegó diciembre una vez más, con la publicidad aterradora de las temperaturas extremas y la amenaza sobre las cabecitas de los niños wichí que intentan, día tras día, la victoria colosal de mantenerse vivos. Entonces la Defensoría presentó el amparo que interpeló al gobierno provincial por 1755 niños y niñas prioritarias y 122 mujeres embarazadas “prioritarias en la zona, en virtud de indicadores de vulnerabilidad crítica sociosanitaria. Entre los obstáculos para sostener sus tareas (los funcionarios) han destacado los territorios de difícil acceso y la anegación de caminos, en el período crítico estival”.

El gobierno provincial no garantizó nada. Ni el acceso al agua ni una alimentación sana para los niños. Ni la vida misma. No previó lo que no se prevé desde hace años. Esta tragedia. Que es evitable.

Muertes

Hace una semana murió el nieto del cacique Pablo Solís. Tenía 9 meses. Lo llevaron desde Santa Victoria Este al Hospital Perón de Tartagal. Deshidratación y sepsis dicen que tenía. Pero le diagnosticaron covid. Su mamá vio cuando le descontectaban los cables de la vida. Y lo vio morir.

Un día antes murió una bebé de once meses. Hija de una adolescente de 17. Llegó a Tartagal con diarrea, vómitos y deshidratación.

En la comunidad Santa María murió otro bebé cuando era trasladado de Santa Victoria Este a Tartagal. Oficialmente los acusan de no llevar a los niños a los centros de salud. No tienen cómo, porque la salud suele estar a 30 kilómetros de sus misiones. Dicen que prefieren su sabiduría yuyera para curar a sus niños. En las salitas ya no hay medicamentos. Y los hospitales parecen estar del otro lado del mundo.

Aldana Quico tenía 18 años, estaba embarazada y era de La Puntana. Entró en el Hospital con el feto muerto. Nadie le practicó una cirugía para extraerlo de su cuerpo. Murió en doce horas y fue enterrada con su bebé en el vientre.

Hace diez días violaron y mataron a Pamela. Tenía doce años. Y una vida atravesada por todas las vulnerabilidades. “Estas cosas pasan por la violencia y las adicciones. Genera peleas, viene gente de afuera a vender –describió un referente de la comunidad Misión Kilómetro Dos, a la que pertenecía Pamela-. No solamente pasa aquí. Las sustancias están atacando a las comunidades. Estamos olvidados, no tenemos acceso a la educación, a la salud, al agua potable”. No hay comida ni agua. Hay alcohol, nafta para aspirar y pasta base.

El cajoncito precario donde se fue a la tierra estuvo unas horas sobre dos sillas desvencijadas, bajo un nailon negro sostenido por un poste. Le cavaron una fosa y la dejaron allí. Cerca de todos. Como para no olvidarla.

Como para no olvidar cómo viven los wichí en el norte de Salta. Y cómo mueren, anónimos y a la intemperie.

Fotos: Ronaldo Schemidt
Edición: 4055

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https://www.pelotadetrapo.org.ar/2013-09-05-12-30-19/2022/6201-infancia-wich%C3%AD-condenada-7500-ni%C3%B1os-en-riesgo-2.html

 

 

 

 

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