Aceite, arroz, huevos, carnes, harinas y diversos artículos esenciales en la dieta de los uruguayos disparan sus precios al alza.
La lógica de la estrategia ecónomica vigente es implacable. La prioridad son los grandes exportadores. Los residuos se destinan al mercado interno. En consecuencia los precios internacionales arbitran los precios locales de forma casi automática.
Subsistencias, Frigorífico Nacional, SOYP, entre otros entes vinculados a la produccion o comercialización de alimentos básicos en la mesa de los orientales fueron pasando a la historia y con ello su rol como entes testigos.
La destrucción de organismos que bien o mal, protegían a los consumidores ha quitado posibilidades de amortiguar el poder local de grandes grupos económicos que generalmente y con impunidad imponen sus condiciones.
Además, la literatura oficial ha quitado prácticamente la palabra “subsidio” de sus diccionarios especialmente cuando se trata de bienes de consumo de los trabajadores. Las posibles excepciones en todo caso son para beneficiar a grandes capitales.
Regular precios, otorgar prioridad al mercado interno, desestimulando exportaciones de bienes de primera necesidad, también se descarta en la ortodoxia neoliberal vigente. Intervenir en los mercados o limitar la rentabilidad de los “malla oro”i son practicas ajenas a la ideología, o voluntad política del gobierno.
Aún en el caso de que se intentaran medidas para evitar aumentos de precios, las herramientas a utilizar en el corto plazo están acotadas.
Renuncias fiscales chocan contra la prioridad otorgada a los pagos por intereses de deuda pública. Si bien la eliminación o reducción del IVA a productos de consumo generalizado es una medida positiva, los anuncios del gobierno de aplicar la medida durante un mes, para algunos productos parece un fuego artificial de vuelo corto y muy limitado en sus efectos.
Acuerdos de precios reales o supuestos, se transforman en medidas para la “tribuna” con escaso efecto práctico. Eventualmente la disminución de precios va asociada a productos de menor calidad.
La inflación actual es funcional al objetivo del gobierno de reducir poder de compra de los trabajadores privados y públicos. Los salarios son uno de los pocos precios con tope establecido mediante las pautas oficiales.
La estrategia de los grupos de poder y del gobierno que los representa, confirma que su objetivo consiste en elevar al rentabilidad del capital trasladando ingresos desde los trabajadores.
Los datos son de meridiana claridad. El descenso de la capacidad de compra de los trabajadores se reiteró en 2020, 2021, y la evolución de precios en 2022, no deja lugar a dudas. Hay que agregar además que los aumentos en la productividad del trabajo han sido un factor más de apropiación de plusvalía por parte de los grandes grupos económicos.
Las perspectivas futuras de los precios de la canasta de consumo obrero son de pánico. El relato del gobierno, culpa a la guerra en Ucrania de los aumentos, aunque la tendencia ha sido previa. Las consecuencias del conflicto bélico y represalias entre potencias, eventualmente se harán sentir los próximos meses.
El gobierno además utilizó ingresos puntuales de Ancap, para esquivar su propia filosofía de subordinar los precios del ente a los vigentes en el mercado internacional, postergando así aumentos del precio de gas oil, supergás, nafta, que se concretaron dos dias después del cierre de las urnas agregando combustible al fuego inflacionario.
GOTITAS DE ECONOMÍA.
Los datos del BCU indican que después del descenso del PBI de 6.1%ii durante 2020, la actividad económica creció 4.4% en 2021. El saldo negativo es claro, por más artificios que intenten los divulgadores oficiales.
Comparando con 2016 en valores constantes –primer dato de la serie registrado por el BCU con la nueva base y metodología- el producto bruto de 2021 calculado eliminando el rubro impuestos y subsidios, está levemente por debajo.iii
En el análisis por sectores durante el período, descienden la actividad primaria, industria, construcción, comercio. Crecen información, comunicaciones, servicios financieros e impuestos. Todo un síntoma de plaza financiera.
Los medios informativos, las instituciones, la escolarización, las leyes y los partidos políticos legales e ilegales nos muestran y presionan a diario que la civilización es patriarcal, estatal, capitalista, racista y que para cambiarla o mejorarla hay que luchar por acceder y controlar el aparato del estado, mientras la población se agarra de las migajas, bonos, fondos concursables y demás que chorrea gota a gota el engranaje mercantil empresarial que destruye el medio natural para obtener ganancias
Pero los mapuche, las mujeres, los ambientalistas, la juventud de los barrios populares, los estudiantes, los campesinos, los vendedores ambulantes, los inmigrantes, los cesantes, los maestros chasquilla, los artesanos, los funcionarios estatales o municipales honestos y sensibles, los sin casa, allegados, arrendatarios, okupas y moradores de los campamentos de terrenos tomados sólo viven sobreviviendo pues la producción social se destina mayoritariamente a la exportación para traer el dinero que alimenta a los parásitos del estado y las arcas de los propietarios.
Toda esa potencia social latente que de vez en cuando despliega la energía popular como en el estallido, los de arriba quieren ordenarlos en las escuelas, las instituciones y las elecciones para llevarlos a todos en fila al matadero, y los que disputan el poder estatal los organizan en órganos de combate o de poder popular para el asalto al poder y hacerse cargo de la dominación del aparato que hasta ahora ha resultado sólo en dictaduras como la de Maduro en Venezuela y la de Ortega en Nicaragua.
La lucha por la toma del poder resulta en lo mismo, por lo que la potencia y energía social en vez de apuntar hacia los cargos de mando allá arriba, es más productivo orientarse hacia el cambio civilizatorio desde abajo, hacia el fin de los sistemas que utilizan el poder, dejarlos solos, que no tengan a quien mandar, ni los buenos ni los malos. Eso significa crear entre nosotros otro modo de vivir, resolver problemas y administras los territorios.
Normalmente se entiende que esa es tarea de los inteligentes ilustrados del intelectual colectivo, un partido de entre los cientos que nos persiguen para ganarle el quien vive a los otros, que manejan las teorías y “alumbran el camino”, entienden de estrategias y la cacha de la espada. No se entiende que acá abajo está la chispa y que podemos desplegar muchas iniciativas si cambiamos el escenario de la pelea por el de la construcción.
Por ejemplo:
Durante el gobierno de Allende muchos campesinos se organizaron para llevar alimentos a los almacenes populares que articulaban a los pobladores de los campamentos sin casa con los trabajadores de los cordones industriales. Mientras el gobierno se enredaba en la burocracia que articulaba las JAP y que los ricos respondieron con el desabastecimiento, o sea una pelea tras otra, en tanto los sectores marginados usaban sus picardía e inteligencia social para apoyarse unos a los otros, pero solamente en la medida en que cada uno de ellos descubría y desarrollaba su potencia, sus energías y sus autogestión, lo que de seguir así habría llevado al inicio de la autogestión generalizada. El golpe militar fue más bien contra este despliegue por abajo de la potencia social que contra la burocracia partidista.
Otro ejemplo más actual:
El estallido fue continuado en los barrios por la autoorganización de cientos de ollas comunes, pura iniciativa popular, puro ñeque, una forma autogestionaria de resolver la crisis y que asustó al sistema que de inmediato mandó sus destacamentos de combate contra ese despliegue de la potencia social: Llegaron corriendo los partidos políticos, las iglesias, los municipios y las ONGs a ofrecer su “ayuda” con alimentos y dinero para deshacer la construcción popular y transformarla en un instrumento oficial de solidaridad, de pobrecitos los pobres, en una descarada cooptación de las ollas. El gobierno asustado de los efectos sociales e iniciativa popular ante la crisis lanzó el IFE, un fuerte bono de “ayuda” que culminó con la desaparición de las ollas, que ya “no eran necesarias” como que se hubiera acabado la crisis que en realidad se sujetó hasta efectuar las elecciones presidenciales y así el gobierno cerró el IFE estimulando a quienes contraten una persona, que fueron cuatro gatos en comparación.
¿Otro ejemplo?
Ante el pavoroso incendio de Valparaíso que destruyó 400 casas de los cerros Merced, Las Cañas y alrededores, llegaron miles de voluntarios, paquetes de ayuda solidaria y caravanas de todo el país en un verdadero hormiguero humano que nació del instinto y la identidad básicamente del pueblo pobre. Todo se hacía a mano, nacieron muchas amistades y se desplegaron decenas de iniciativas autogestionarias en todos los terrenos, lo que obviamente no era conveniente para el poder, por lo que el gobierno ordenó rodear la zona afectada con tropas de la armada, suspender la llegada de los apoyos y limitar el acceso de los voluntarios. Los paquetes que llegaban fueron llevados al Fortín Pratt donde cada caja se metía en otra caja con membrete del gobierno. Así, cara de palo, ya no había solidaridad social, sino solamente solidaridad oficial. Los pobres no pueden hacer nada por su cuenta, sino que deben confiar en papá Noel, en papá-estado. Seguimos siendo marionetas.
Si la conclusión es que las iniciativas desplegadas por la potencia social no son convenientes para el poder y más bien las teme y corre a apagarlas cuando surgen por todos lados en mil formas diferentes, entonces algo hay ahí.
El poder tuvo miedo al estallido y más cuando sacaron los milicos a la calle que no pudieron usar sus armas so pena de provocar una masacre poco conveniente, pues la población se les fue encima y los hizo retroceder por lo que tuvieron que dar la la orden de retirada y se fueron con la cola entre las piernas.
El sistema necesita mantener a la gente ordenada en filas disciplinadas constantemente, como estudiantes de escuela sentados horas en sus bancas, porque sabe que existe la potencia social y los partidos de oposición aprovechan para sumar adeptos, por eso no temen a los partidos de izquierda que ofrecen “cambios” dentro de la lógica disciplinaria de la sociedad cuartelaría. Temen al caos, al desorden, pues romper la fila es desarticular el funcionamiento del engranaje y peor aún, los marginados pueden hacer otro modo de vivir, tal vez mediante la autogestión y la articulación horizontal que hicieron los campesinos y pobladores de campamentos.
Entre los compañero anarquistas hace furor el desorden, que venga el caos, con lo cual estamos de acuerdo, pero la ola de ollas comunes tras el estallido fue la construcción de la libertad ante la necesidad, o sea, nada sacamos del desorden sin alimentos, tal vez formando ejército para avanzar hacia las zonas agrícolas, pero caeríamos en la lógica de la guerra, del enfrentamiento, que es lo que quieren los que aspiran a dirigir el aparato del poder.
O sea, está bien el caos entendido como la desestructuración del funcionamiento del sistema patriarcal capitalista, pero tenemos que organizar la alimentación y otras cosas, pues se vienen situaciones peores que las vividas en la pandemia. Organizar la alimentación, la salud, la educación es una tarea actual y ya parece broma seguir esperando que llegue el caos o la insurrección para “liberarnos”, por lo que o esperamos que ojala el nuevo gobierno resuelva todo o que reviente, o tomamos el toro por las astas independientemente de cuándo será ese cuando, pues las papas queman y van a esperar sacar la “nueva” constitución para aflojar y mostrar la cara verdadera de un sistema sin disfraz.
El cambio civilizatorio implica desarrollar en cada barrio y comunidad otro forma de vivir, de comunicarse, de relacionarse, lo que no se va a conseguir dando una pauta de cómo hacerlo, sino haciendo actos y actividades compartidas que tengan constancia y resulten de beneficio para todos hasta crear costumbre, nuevos hábitos, como la olla común, la huerta comunitaria, la salud comunitaria, la educación propia, el comprando juntos, las mingas, actividades culturales, etc. El abanico de posibilidades es muy amplio.
No se trata de “realizar actividades”, sino de generar instancias permanentes de encuentro, relaciones y resolución de necesidades cotidianas que superen el encierro a vivir el individualismo.
Si en cada barrio un grupo de vecinos, que inicialmente pueden ser dos o tres, estructura estos espacios de actividades compartidas, podrán crecer con otros vecinos en la medida que se pueda ver que efectivamente resuelve situaciones, ahorra dinero, facilita las cosas, se dialoga y se pasa bien. Podemos asemejarnos a un lof mapuche o a un ayllu andino.
Así no tendremos que estar sufriendo los avatares y las crisis de la civilización de arriba que avanza a su autodestrucción puesto que estaremos construyendo otra forma de vida, la otra civilización la civilización de la vida y la madre tierra
Los datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) indican que el 37,3% de los habitantes de los 31 conglomerados urbanos argentinos viven en hogares que no logran reunir los ingresos necesarios para afrontar el costo de la canasta básica.
Estos guarismos marcan una reducción en 3,3 puntos con relación al primer semestre de 2021 cuando la pobreza afectaba al 40,6% de los habitantes y de 4,7 puntos con relación al segundo semestre de 2020 cuando alcanzaba al 42%.
La pobreza creció mayormente en la franja de menores de 6 años, pasando de 16,1% en la primera mitad de 2021 a 21% en la segunda. El mismo informe mostró que más de la mitad (51,4 %) de los niños y niñas son pobres. Mientras para los jóvenes entre 15 a 29 años el nivel de pobreza fue superior al promedio con 44,2%, la indigencia afectó al 8,2 % de las personas, aquellas que no logran cubrir una canasta alimenticia mínima y pasan hambre.
La incidencia de la pobreza se estimó en 7,6%, implicando que de cada mil hogares, 76 se encuentran por debajo de la línea de pobreza, y la misma aumenta si se la considera a nivel individual: el total de personas bajo la línea de la pobreza se ubicó en 11%. El 11% de los hogares no supera el ingreso mínimo para cubrir las necesidades básicas alimentarias y no alimentarias.
Los datos del Indec confirmaron que a pesar del crecimiento de la economía (10,3 %) en 2021, la pobreza bajo apenas 3,3%.¿Quién se quedó con las ganancias de la recuperación?, se preguntan los analistas, porque si baja el desempleo debería bajar la pobreza. Pero el Indec mostró que es posible que mejoren los datos de empleo y, al mismo tiempo, empeoren los datos sobre pobreza.
La comparación con el segundo semestre de 2017 es brutal. Los niveles de desempleo son prácticamente idénticos a los actuales, pero la pobreza saltó del 25,7% al 37,3% y la indigencia del 4,8% al 8,2%
Durante el segundo semestre de 2021, en promedio, 10,9 millones de personas vivían en hogares pobres en los conglomerados urbanos que releva la encuesta oficial, que, proyectado al total de la población, resulta en casi 17,1 millones de personas. En un semestre lograron salir de una situación de pobreza poco más de 1,5 millones de personas que se suman a las 460 mil que lo habían conseguido durante el primer semestre del año con relación al último semestre de 2020, según los datos oficiales.
La indigencia, por su parte, retrocedió a un 8,2% desde el 10,7% del primer trimestre y el 10,5% del segundo semestre de 2020. Son 3,8 millones las personas que viven en hogares que no logran superar la línea de indigencia determinada por los alimentos que reúnen las calorías necesarias para eludir una situación de desnutrición.
La estadística se difundió tras el informe de mercado de trabajo que arrojó una mejora sensible en la tasa de actividad y empleo. Según el Indec, la desocupación se redujo al 7% en el segundo semestre de ese año como resultado de la reincorporación al mercado de trabajo de 1,8 millones de personas.
En los últimos tres meses de 2021, las canastas que miden la pobreza y la indigencia sufrieron aumentos inferiores a los que registró el Índice de Precios al Consumidor durante el año (50,3%): la canasta de pobreza creció un 40,5% y la de indigencia un 45,3%. La reducción de la pobreza, según el informe oficial, fue incluso más elevada que los pronósticos más optimista-
A la hora de analizar el impacto de la pobreza y la indigencia en la niñez surge que el 51,3% de los menores de 14 años viven en hogares pobres cuando seis meses antes llegaban al 54,3% y, un año antes al 57,7%. La indigencia afectaba a diciembre de 2021 al 12,6% de los niños y niñas.
¿Hacia el pleno empleo con pobreza?
No deja de ser significativo y contradictorio que una economía que se perfila hacia una situación de virtual pleno empleo (entre 3 y 4% de desocupación), a la vez, exhiba índices de pobreza superiores al 37%. La explicación hay que buscarla en el deterioro de los ingresos de los trabajadores asalariados formales e informales y en la extensión del empleo informal y la denominada economía social.
El especialista del Observatorio del Derecho Social de la CTA – Autónoma, Luis Campos, señaló cómo el problema de la pobreza se viene profundizando y afirmó que comparados con el 2017: «Los niveles de desempleo son prácticamente idénticos a los actuales, pero la pobreza saltó del 25,7 % al 37,3 % y la indigencia del 4,8 % al 8,2 %»
Pese al rebote de la actividad económica y el descenso del desempleo, el 37,3 % de la población no pudo acceder a la canasta básica estimada por el organismo. Si bien esto implica un descenso de 3 puntos porcentuales de la pobreza en comparación al primer semestre del 2021, el número de personas con las necesidades básicas insatisfechas pasó de 11,3 millones en 2017 a 17,4 millones en 2021.
Los pronósticos de inflación del mes de marzo marcan una tendencia de la misma naturaleza que podría devolver a una situación de pobreza a gran parte de quienes lograron emerger en los últimos seis meses del año pasado.
El informe de pobreza se conoce el mismo día en el que miles de trabajadores desocupados buscan acampar en las puertas del ministerio de Desarrollo Social en reclamo de un aumento del monto de los beneficios Potenciar Trabajo, hoy en poco más de 16 mil pesos (menos de 80 dólares al cambio paralelo) y su universalización.
Rodolfo Koé Gutiérrez. Periodista económico argentino, analista asociado a al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
Debate: el gran poder: el imperialismo y la guerra en Ucrania
Alex Callinicos
Los principales medios de comunicación presentan la guerra en Ucrania como una lucha entre la “democracia”, representada por Ucrania y sus partidarios occidentales, y el “autoritarismo” en la forma del régimen de Vladimir Putin en Rusia. Pero esto es demasiado simplista.
Por ejemplo, probablemente el partidario más entusiasta de Ucrania es el gobierno de extrema derecha en Polonia, que está siendo investigado por la Unión Europea por sus tendencias autoritarias. Putin es apoyado por la India, que, a pesar de su propio gobierno fascista brutal, sigue siendo una democracia multipartidista.
La forma principal de enmarcar el conflicto está diseñado para equiparar el bloque occidental de estados capitalistas liberales con la “comunidad internacional”. También es una forma de negar legitimidad a los intereses de los rivales de este bloque porque son “autoritarios”. Sin embargo, esto se olvida cuando se trata, por ejemplo, de la autocracia saudí asesina.
Entonces, ¿existen mejores marcos teóricos para comprender el conflicto? Un recurso es proporcionado por la idea del imperialismo. Después de todo, Putin parece decidido a restaurar el antiguo Imperio zarista que fue destruido por la Revolución Rusa de octubre de 1917.
Pero es importante aclarar lo que entendemos por imperialismo. Podemos entenderlo como un fenómeno que abarca épocas históricas, como la forma en que los estados poderosos dominan, conquistan y explotan a las sociedades vecinas.
Esta ha sido una característica de las sociedades de clases durante miles de años, que se remonta a los antiguos imperios persa, chino y romano. Ahora Rusia se está comportando claramente como una potencia imperialista en este sentido, tratando de golpear al estado ucraniano para que se someta y divida su territorio. Pero, ¿es suficiente entender el conflicto en estos términos?
El marxista libanés Gilbert Achcar piensa que sí. Ha presentado lo que él llama una “posición antiimperialista radical” que se centra exclusivamente en la lucha entre Rusia y Ucrania.
“Una toma de control rusa exitosa de Ucrania alentaría a los Estados Unidos a regresar al camino de conquistar el mundo por la fuerza en un contexto de exacerbación de la nueva división colonial del mundo y empeoramiento de los antagonismos globales, mientras que un fracaso ruso, que se sumaría a los fracasos de los Estados Unidos en Irak y Afganistán, reforzaría lo que se llama en Washington el ‘síndrome de Vietnam’.
“Además, me parece bastante obvio que una victoria rusa fortalecería considerablemente el belicismo y el impulso hacia un mayor gasto militar en los países de la OTAN, que ya ha comenzado con buen pie, mientras que una derrota rusa ofrecería condiciones mucho mejores para nuestra batalla por el desarme general y la disolución de la OTAN”.
De hecho, sería bueno si el pueblo ucraniano fuera capaz de expulsar a los invasores rusos. Pero hay un pequeño problema con el argumento de Achcar de que esto debilitaría a los Estados Unidos y la OTAN. Están respaldando con entusiasmo a los ucranianos, inundándolos de armas y aumentando sus propios presupuestos militares.
Si, gracias a estos esfuerzos y al coraje de los combatientes ucranianos, Rusia fuera derrotada, ¿reaccionarían los Estados Unidos y sus aliados desarmando y disolviendo la OTAN? Por supuesto que no lo harían. Celebrarían este resultado como su victoria e impulsarían aún más a la OTAN. Estados Unidos se sentiría vigorizado en su competencia histórica mundial con el verdadero retador de su hegemonía, China.
Lo que falta en el enfoque de Achcar, y el de otros izquierdistas que eluden el tema de la OTAN como Paul Mason, es la comprensión más específica históricamente del imperialismo ofrecida por el marxismo. Podemos ver esta teoría surgiendo originalmente en El Capital de Karl Marx en la década de 1860. Pero se desarrolla más sistemáticamente a principios del siglo 20, alrededor de la época de la Primera Guerra Mundial.
Los marxistas se enfrentaron a una realidad similar a la nuestra. El economista liberal radical JA Hobson escribió: “La novedad del imperialismo reciente… consiste principalmente en su adopción por varias naciones. La noción de una serie de imperios en competencia es esencialmente moderna”.
Esta competencia geopolítica se expresó en conflictos por el territorio, las colonias y semicolonias que los estados más grandes se esforzaban por dominar, y en una carrera armamentista acelerada. La teoría marxista del imperialismo se desarrolló para explicar estas rivalidades, que precipitaron las dos guerras mundiales de 1914-18 y 1939-45, ahogando al mundo en sangre.
Era una teoría del imperialismo capitalista. El revolucionario ruso Vladimir Lenin llamó al imperialismo la etapa más alta del capitalismo. Para su camarada polaco-alemana Rosa Luxemburgo “La esencia del imperialismo consiste precisamente en la expansión del capital de los viejos países capitalistas a nuevas regiones y la lucha económica y política competitiva entre aquellos por esas nuevas áreas”.
Para decirlo de otra manera, el imperialismo capitalista representa la intersección de la competencia económica y geopolítica. La competencia económica es la fuerza motriz del capitalismo: las empresas rivales luchan entre sí, invirtiendo en una producción mejorada y ampliada para apoderarse de una mayor parte de los mercados.
A finales del siglo 19, la lucha geopolítica entre los estados fue subsumida bajo la lógica capitalista de la acumulación competitiva.
Esto reflejó cambios tanto en la guerra como en el capitalismo. La guerra se industrializó, ya que el poder militar llegó a depender de la producción en masa para armar, apoyar y transportar enormes ejércitos. Por lo tanto, los Estados necesitaban promover el capitalismo industrial.
Mientras tanto, las empresas capitalistas aumentaron de tamaño y comenzaron a operar a nivel mundial. Dependían del apoyo estatal contra sus rivales. Durante la depresión de finales del siglo 19, la captura de colonias de ultramar compensó la caída de la rentabilidad.
Así que el imperialismo capitalista no es sólo grandes estados intimidando y conquistando estados más pequeños, aunque hay mucho de eso. Es un sistema global de competencia intercapitalista. Al igual que antes de la Primera Guerra Mundial, hoy imperialismo significa competencia geopolítica en el contexto de la integración económica global.
El poder de los antagonistas depende de su posición en la economía mundial capitalista. Estados Unidos domina las finanzas y la gran tecnología, China tiene una vasta máquina de fabricación y Rusia depende de las exportaciones de energía. Hoy en día se pueden identificar quizás seis potencias imperialistas líderes: Estados Unidos, China, Rusia, Gran Bretaña, Francia y Alemania.
El antagonismo más importante es el que existe entre Estados Unidos y China, cuyos líderes pretenden desplazar la hegemonía de Washington, inicialmente en la región del Indo-Pacífico. Pero el imperialismo ruso, maniobrando para reconstruir su poder, crea un conflicto a tres bandas.
Las grandes potencias de Europa occidental son arrastradas en diferentes direcciones. Dependen de la energía rusa y se sienten atraídos por el vasto mercado chino, pero, como en la actualidad, en última instancia se alinean con los Estados Unidos. Ahora bien, esta comprensión del imperialismo capitalista como un sistema de rivalidad interestatal está completamente ausente del análisis de Achcar.
Niega que en Ucrania la guerra implica un conflicto entre las potencias imperialistas. “Si cualquier guerra en la que cada lado es apoyado por un rival imperialista se llamara una guerra interimperialista, entonces todas las guerras de nuestro tiempo serían interimperialistas, ya que como regla general, es suficiente que uno de los imperialismos rivales apoye a un lado para que el otro apoye al lado opuesto.
“Una guerra interimperialista no es eso. Es una guerra directa, y no por poder, entre dos potencias, cada una de las cuales busca invadir el dominio territorial y (neo) colonial de la otra”. Esto es demasiado estrecho. Estados Unidos libró una guerra de poder contra la Unión Soviética después de que esta última intentara apoderarse de Afganistán a finales de 1979.
Junto con aliados como Gran Bretaña, Arabia Saudita y Pakistán, armó y entrenó a los combatientes muyahidines que resistieron la ocupación soviética. El conflicto ayudó a drenar los recursos y la moral soviética en la última década de la Guerra Fría. Por supuesto, los muyahidines tenían sus propias agendas políticas. Esto quedó claro después de que las fuerzas soviéticas se retiraron en 1989, culminando en el apoyo de los talibanes a al-Qaeda y su resistencia a la ocupación estadounidense después de los ataques del 9/11 en Nueva York y Washington.
Pero Estados Unidos jugó un papel decisivo en un importante episodio final de la Guerra Fría. Por supuesto, hay grandes diferencias entre Ucrania hoy y Afganistán en la década de 1980.
Pero hay una similitud importante, en el sentido de que las potencias imperialistas occidentales están instrumentalizando la lucha nacional ucraniana contra el imperialismo ruso por sus propios intereses.
Las luchas interimperialistas y las guerras de defensa nacional a menudo se entrelazan. La Primera Guerra Mundial comenzó cuando el Imperio Austro-Húngaro atacó Serbia, a la que culpó por el asesinato de su príncipe heredero Franz Ferdinand. Rusia luego respaldó a Serbia, lo que llevó a un proceso creciente de movilizaciones militares que terminó en una terrible guerra general.
El marxista alemán Karl Kautsky argumentó que el papel desempeñado por la lucha serbia por la autodeterminación nacional significaba que el conflicto no era solo una guerra imperialista. Lenin respondió: “Para Serbia, es decir, para tal vez el uno por ciento más o menos de los participantes en la guerra actual, la guerra es una ‘continuación de la política’ del movimiento de liberación burgués.
“Para el otro noventa y nueve por ciento, la guerra es una continuación de la política del imperialismo”. Por supuesto, el equilibrio es diferente en el presente caso, ya que la lucha directa involucra solo a Ucrania y Rusia.
Sin embargo, los esfuerzos de las potencias de la OTAN para mantenerse al margen de los combates, sobre todo para evitar la confrontación nuclear con Rusia, no alteran el hecho de que están haciendo todo lo posible menos que esto para derrotar a Rusia. Esto también es “una continuación de la política del imperialismo”.
La teoría marxista del imperialismo es importante políticamente. Sin ella nos enfrentamos simplemente a una lucha entre estados-nación rivales. Pero una vez que vemos el papel del imperialismo, podemos identificar el antagonismo de clase en acción. Podemos ver el hilo del interés de clase que une no solo a los reclutas rusos que mueren en la guerra de Putin y a sus familias en casa siendo pisoteadas económicamente por los efectos de las sanciones occidentales.
Este hilo también se conecta con trabajadores de todo el mundo, golpeado gracias a la guerra por la comida y la energía inflación y amenazada con la destrucción nuclear. Los une a todos contra las clases dominantes rivales ocupadas alimentando esta terrible guerra.