Revista ALTERNATIVAS -✰- n° 699 / página cultural

1) Pequeña muestra de poetas peruanas

2) Los valiosos cuadernos y aprendizajes de Doris Lessing

3) El turista hipercultural antes del cansancio

 

 

 

 

 

Pequeña muestra de poetas peruanas

Con los poemas de María Emilia Cornejo y después con los de Carmen Ollé, se inaugura un modo de ser de la poesía en Perú y quizá en Hispanoamérica. Influenciadas por la poesía beat, el coloquialismo, el psicoanálisis y por el feminismo de la segunda ola, aparecieron autoras cuyos libros construyeron el prestigio de la poesía peruana escrita por mujeres. Su visión del mundo y la poesía bien puede hacer suya una declaración de la socióloga mexicana Márgara Millán: El feminismo “ha contribuido a la desestabilización del sujeto universal abstracto masculino que propone el paradigma moderno, mostrando su parcialidad en términos sexo/genéricos”. Aquí leemos una brevísima reunión de poemas de Carmen Ollé, Giovanna Pollarolo, Magdalena Chocano, Dalmacia Ruiz-Rosas Samohod, Mariela Dreyfus, Patricia Alba, Rosella di Paolo y Rocío Silva Santisteban.La poesía de María Emilia Cornejo es una de las iniciadoras del intimísimo en la poesía contemporánea, sus textos no solo son amorosos sino también contestatarios (…) Cornejo desenmascara las represivas fórmulas con las que se intenta neutralizar el deseo en la mujer a través de la culpa. Carmen Ollé en Fuego abierto. Antología de la poesía peruana.***Durante la década de los ochenta hubo un estallido de voces de mujeres. Debido a la naturaleza transgresora de su producción poética que describía el cuerpo femenino y sus funciones, el mal y los placeres perversos del erotismo, se le colgó el membrete de poesía erótica. Carmen Ollé en Fuego abierto. Antología de la poesía peruana.

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Noches de adrenalina no es solamente uno de los libros bandera de Hora Zero, sino también uno de los más influyentes de la poesía peruana contemporánea.  Modernizó el papel y la mirada de la mujer dentro de nuestra tradición. Diversas poetas, como Rocío Silva Santiesteban, Patricia Alba o Victoria Guerrero partieron de su cauce para edificar discursos donde la conciencia física del cuerpo se ramifica hacia otras instancias y anatomías –sociales, nacionales, políticas e identitarias– y así dialogar a través de sus desvelamientos y desvalimientos. José Carlos Yrigoyen y Carlos Tres Rotondo en Hora Zero. Una historia.

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Muy rara vez aparece un primer poemario tan personal y verdaderamente nuevo como Noches de adrenalina. Su impacto ha sido decisivo en la maduración de la poesía peruana de mujeres (…) Ninguna poeta peruana (quizá tampoco hispanoamericana) se ha autorretrato con tanta desnudez, impudicia y autocrítica como Carmen Ollé, conforme a su ideal expresivo –con ecos del psicoanálisis y Bataille– de autodevelamiento, catarsis, búsqueda del tiempo perdido y afirmación de su condición de mujer liberada. Ricardo González Vigil en Poesía peruana Siglo XX.

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Poetas peruanas posteriores como Rocío Silva Santisteban, Mariela Dreyfus, Patricia Alba o Dalmacia Ruiz-Rosas han reconocido en Ollé a una de sus ilustres representantes, de manera que la escritura de esta autora es fundamental para comprender el proceso de la poesía peruana de fines del siglo pasado. Camilo Rubén Fernández-Cozman, Katherine Medina Rondón, et al.

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Fue Ollé quien consagró una “abierta provocación en un lenguaje sexualizado y des-romantizado, duro y sarcástico, “impropio” de una boca femenina”, aspecto ya anticipado por la fallecida María Emilia Cornejo y que, según Roland Forgues, continuarán poetas como Dalmacia Ruiz-Rosas, Patricia Alba, Mariela Dreyfus, Rocío Silva Santisteban y Violeta Barrientes. Giovanna Iubini Vidal

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La poesía de Mariela Dreyfus, Rocío Silva Santisteban y Patricia Alba está centrada, más que en una poética del cuerpo, en el mal. Carmen Ollé en Fuego abierto. Antología de la poesía peruana.

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CARMEN OLLÉ
(1947)

 

 

De mis contemporáneos me alejan las dificultades de no ser
trivial.
En la Gare du Nord cerré los ojos muy fuerte.
Vi París después de un viaje largamente sentada
en la butaca del ferrocarril con la pequeña en brazos
y la torre Eiffel partida por la niebla.
¿Qué son los Campos Elíseos o la Gioconda sino el ménage
delegado a las jóvenes muchachas del Tercer mundo?
Lavar pisos
refregar las estrellas.

En un café del metro Odeón: una amante de Neruda
se divorcia y va en busca de una vida auténtica.
Su ex marido un solvente ingeniero la manda a paseo
y el pintor vagabundo y la dama burguesa nos filman
unos instantes de llanto y risa que encuadran
matemáticamente con el capuchino y el croissant al paso.
Evelyne era más suave
en su taller la madura holandesa nos mostró sus cueros
mi compañero dijo: -el grado cero de la pintura-
figuras de piel oscura
tonalidades de gris
y naranja
formas de vientre
de arco iris
África en pleno
Picasso decadentoso
o más tocable
claroscuro sobre
materia-materia
Venus estreñida  arte analítico ubicar la vagina
y proyectarse en la página o en el pellejo del burro
lanzar dados
abrir el esfínter de la Venus

Evelyne no trabaja la materia-alusión
Evelyne: -el arte es mi droga-
el “para sí” es obsceno.

¿Escribir es una veleidad que dice o disiente
para una mujer casada?
¿Silvia Plath y su Hollywood sin ventanas
o las cartas revolucionarias de Diane di Prima?

La tierra pide ayuda, nuestros hermanos/
y hermanas arrinconan su infancia, se pre-
paran/
a la lucha, qué opción tenemos si
no la de unirnos a ellos, en sus manos/
está la supervivencia del mismo planeta
la salvación/ del sistema solar

¿La liberación del planeta parte de mi liberación?
y esta necesidad es elitista?
Un cuerpo que sufre insoportablemente exige
al margen del sistema solar y las estrellas
su liberación inmediata.

Fuente: https://circulodepoesia.com/

 

 

 

Los valiosos cuadernos y aprendizajes de Doris Lessing

Fotografía de cabecera © Raúl Cancio

Por Emma Rodríguez © 2018 / Las cárceles que elegimos es un libro contra las certezas, un compendio de ensayos que me ha impulsado a regresar al territorio Doris Lessing. La filosofía de vida, la manera de entender el mundo de esta mujer rebelde, combativa, que supo expresar a través de la literatura las contradicciones del tiempo que le tocó vivir, vaticinando las penumbras y peligros de un presente que nos enreda en su velocidad, están aquí, expresadas de manera directa, con ese talante crítico que tanto la caracteriza. Os voy a hablar de esta entrega que contiene muchas de las ideas de fondo que nutren la obra de la escritora (Irán, 1919 – Londres, 2013) y os voy a hablar de la que ha sido para mí una enriquecedora experiencia de lectura.

Hace años leí con devoción a Lessing, a quien descubrí tempranamente con los deliciosos relatos de Gatos muy distinguidos, una obra modesta en su trayectoria pero que, con su capacidad para observar lo cotidiano con mirada felina, con ácida y compasiva perspectiva, me condujo a abrir, años después, las puertas a, entre otros títulos: Un hombre y dos mujeres, Las abuelas y El diario de una buena vecina, esta última especialmente reveladora para mí y que atesoro en el cofre de mis lecturas transformadoras. En ella la autora aborda el tema de la fraternidad, la búsqueda de sentido a la vida a través de la ayuda a los demás, de la realización de actos nobles. Con un estilo sobrio, por medio de las vivencias, sentimientos y hallazgos, de su protagonista, Lessing nos hace tomar conciencia de que es ahí, y no por medio de la obtención de bienes materiales y ascensos profesionales, donde se puede alcanzar algo de la plenitud que tanto anhelamos.

Recuerdo que esa etapa en compañía de la escritora correspondió a un periodo de búsqueda, de preludio, no del todo consciente, de toma de decisiones importantes que iban a suponer un cambio de rumbo en mi trayecto. Recuerdo la complicidad y el refugio que me proporcionaban unos personajes capaces de avanzar aprendiendo por sí mismos, saltándose las convenciones. Recuerdo que por esos días, en ocasiones, tenía la sensación de vivir más intensamente dentro de las novelas que en el discurrir monótono de una realidad que no me acababa de convencer. Todo esto, que acude a mí con la simple rememoración del nombre, Doris Lessing, se ha fortalecido en este nuevo encuentro en el que los textos contenidos en Las cárceles que elegimos, escritos para ser pronunciados en conferencias en un trecho comprendido entre 1985 y 1992, intensificaron mi deseo de volver a su narrativa, de adentrarme en su novela más conocida, El cuaderno dorado, un título con el que se identifica y limita, aunque a ella no le hiciese mucha gracia, un trayecto fructífero y diverso que la hizo merecedora del Premio Nobel en 2007.

Fue la suya una existencia vivida sin complejos ni cortapisas, entregada a la escritura, volcada, elevada gracias a la ficción, que culminó en 2013, seis años después de la entrega del galardón. Busco imágenes y veo a la escritora ese día tan importante, sentada en las escaleras de su casa londinense, tan alejada de solemnidades, en ese Londres de claroscuros que tan bien retrata en sus libros; ella, tan reacia a conceder entrevistas, recibiendo a la prensa, con su pelo blanco y el gesto adusto. El Nobel sirvió para que su literatura volviese al primer plano de la actualidad, para que nuevos lectores descubrieran una obra que da cuenta de las enseñanzas que Lessing regala a sus personajes y que reflexiona profundamente sobre el ser humano y sus circunstancias, sobre el devenir de un tiempo, el siglo XX, agitado por las guerras, donde se alzaron ideales que fueron derrocados, dejando en la intemperie a hombres y mujeres cada vez más vulnerables.

El Nobel, que le fue concedido en 2007, sirvió para que la literatura de Doris Lessing  volviese al primer plano de la actualidad, para que nuevos lectores descubrieran una obra que reflexiona profundamente sobre el ser humano y sus circunstancias, sobre el devenir de un tiempo, el siglo XX, agitado por las guerras, donde se alzaron ideales que fueron derrocados.

El cuaderno dorado era para mí una asignatura pendiente a la que me he entregado este último verano, otra vez en un momento de incertidumbres y retos, mientras se va potenciando la sensación de fugacidad, de aceleración del tiempo, y llega la hora de asumir las pérdidas como parte esencial del viaje de la vida. De nuevo Lessing está aquí para recordarme que no hay certezas ni verdades que debamos dar por asumidas; que hemos de seguir adelante, trazando el camino, el lienzo en blanco de los días, buscando respiros, asideros, zonas de resistencia.

“LAS CÁRCELES QUE ELEGIMOS”, UNA LLAMADA A LA LUCIDEZ

Dicho todo esto, expuesto el resumen de una complicidad de largo trayecto –que seguramente tampoco culmine aquí, dada la vastedad de su trayecto– es hora de recorrer las páginas, ya subrayadas, de Las cárceles que elegimos, que acaba de poner en las librerías la editorial Lumen y que me ha llevado de vuelta, como os contaba, al territorio Lessing, a sus argumentaciones, a sus cuadernos. “Todas las experiencias que he vivido me han enseñado que hay que valorar al individuo, a la persona que desarrolla y preserva su propia manera de pensar, que planta cara a la mentalidad de grupo, a las presiones grupales. O que se aviene hasta donde juzga necesario a tales presiones, pero en su fuero interno conserva un pensamiento y un desarrollo individuales”, expone la autora en el ensayo titulado Mentalidades de grupo, donde continúa: “Mantener una opinión individual disidente, siendo miembro del grupo, es la cosa más difícil del mundo”.

En un presente globalizado, en el que la homogeneidad de ideas parece ocuparlo todo, en el que asistimos diariamente al espectáculo del adoctrinamiento, a través de una educación cada vez menos humanista y de la banal práctica periodística en medios de comunicación faltos de ética y de independencia, somos conscientes de lo relativamente sencillo que resulta mover el flujo de opinión hacia posiciones interesadas (xenofobia y peligrosas corrientes retrógradas campan a sus anchas en pleno siglo XXI) y percibimos lo mucho que cuesta expresar la disidencia: en nuestros entornos habituales, en el trabajo, en las redes sociales en las que nos movemos, sin temor al enfrentamiento enconado y a la calumnia. Por eso, ahora, leer este libro de Doris Lessing se convierte en una llamada a la lucidez y al sentido común.

Son muchos los méritos de este volumen de ensayos inteligentes, fuera de los discursos imperantes, que ahora llegan a nuestras manos, pero si tuviera que destacar uno sería, simplemente, su capacidad para mostrarnos todo lo señalado en el párrafo anterior, para situarnos en el momento histórico que estamos viviendo, un momento de confusión, de abotargamiento, en el que tenemos la impresión de que todo puede transformarse de un momento a otro sin que seamos capaces de visualizar la dirección. La escritora nos motiva a persistir en la lucha por apuntalar el criterio propio, sin acabar obedeciendo al ambiente porque es lo que toca ni cediendo a la opinión mayoritaria para no sentirnos aislados. He aquí uno de sus mensajes más firmes.

En la política, en los ámbitos profesionales, en cualquier área de la vida… la mente colectiva tiende a decir las mismas cosas al mismo tiempo, a repetir las mismas ideas. Cuántas veces hemos visto que se vilipendia a un grupo social, a un personaje de la vida pública, a un político, a un partido, a un movimiento, con argumentos ajenos a la verdad, pero aceptados mayoritariamente tras ser difundidos por medios y agentes de opinión diversos. Es como jugar a lo que diga el rey, señala Lessing, quien pone ejemplos del medio que mejor conoce, el literario, mostrándose muy crítica con el poco valor y borreguismo de los críticos.

Entre otros casos, cita uno muy ilustrativo, el suyo propio cuando firmó dos libros con otro nombre, el de Jane Somers, y los hizo circular con el fin de comprobar qué sucedía y analizar los mecanismos de la maquinaria editorial y de la crítica literaria. Uno de ellos fue Diario de una buena vecina, rechazado por dos de sus editoriales principales y recibido muy tibiamente por los supuestamente expertos en su obra, que no fueron capaces de reconocerla y se quedaron con la idea de una autora primeriza sin mayor importancia. El experimento, según la escritora, “fue entretenido”, pero la dejó “triste y avergonzada” de su profesión.

¿Es que todo tiene que ser siempre tan predecible? ¿Tan borregos somos los seres humanos? Hay mentes originales, claro que sí, personas que siguen su propio camino y que no se rinden ante la necesidad de decir, o hacer, lo que dicen o hacen los demás. Pero son pocas. Muy pocas. De ellas depende la salud, la vitalidad de todas las instituciones, y no solo de la literatura…”, argumenta. Y más adelante: “Se ha observado que un diez por ciento de la población –líderes innatos, podría llamárseles– sí toma decisiones siguiendo su propio criterio. Hasta tal punto parece demostrado, que este hecho consta ya en las instrucciones que recibe el personal de prisiones, campos de concentración y campos de prisioneros de guerra: quita de en medio a ese diez por ciento y los presos se volverán conformistas y débiles de carácter”.

Nos dice Doris Lessing que, en ocasiones, los cambios en la sociedad, se producen gracias a acciones determinadas. Pone como ejemplo el caso de una editorial que contribuye a fortalecer el movimiento feminista defendiendo valiente y activamente a escritoras “desconocidas o ninguneadas”, pero también indica que muchas veces cuentan los gestos individuales de personas capaces de oponerse “a la corriente principal de opinión”. Entonces, puede suceder que el resto se suba al carro y la nueva postura se generalice. ¿Es el suyo un llamamiento a que plantemos cara ante determinados hechos? Sin duda.

Nos dice Lessing que, en ocasiones, los cambios en la sociedad, se producen gracias a acciones determinadas, que muchas veces cuentan los gestos individuales de personas capaces de oponerse “a la corriente principal de opinión”, porque puede suceder que el resto se suba al carro y la nueva postura se generalice.

Sigo en el mismo ensayo porque me parece un buen espejo en el que mirarnos y comprendernos. Ha sido siempre así, desde luego. Lo es en estos tiempos de poder tecnológico en los que vivimos. Señala nuestra autora que es importante detectar este mecanismo de asimilación, este seguir la corriente que tanto practicamos, para darnos cuenta de hasta qué punto “domina gran parte de nuestras vidas”. Su argumentación posterior es especialmente interesante: “Casi todas las presiones del exterior toman la forma de creencias de grupo, necesidades de grupo, necesidades nacionales, el patriotismo y la exigencia de lealtad a pequeña escala, como a nuestra ciudad o a grupos locales de toda índole. Pero más sutiles y exigentes –más peligrosas– son las presiones que vienen de dentro y nos fuerzan a conformarnos; estas son las más difíciles de descubrir y controlar”.

He ahí las cárceles que elegimos, la “censura interior” que lleva a los seres humanos a actuar por miedo, movidos por la reconocida obediencia a la autoridad. Doris Lessing ha analizado este tema en profundidad. Es un asunto que le obsesiona, que controla por su conocimiento de los patrones de acción del régimen comunista en la Unión Soviética y otros países. Sabemos de su pasado comunista, de su posterior decepción ante los crímenes de Stalin, de su apartamiento de la corriente, lo que la convirtió a ojos de muchos en una traidora… Doris Lessing ha sido protagonista de una parte esencial de la Historia del siglo XX. Ha asistido a la explosión de grandes ideales y a su derrumbe. Sabe de lo que habla y asume que en determinadas ocasiones obedecer, resignarse, callar, es lo que cabe esperar para sobrevivir. Pero hay que ser conscientes de ello. El camino que propone en todo momento es el del autoconocimiento. Tenemos que saber qué fuerzas nos mueven, por qué actuamos como actuamos, atender más a los avances de la psicología y de la antropología en el campo del comportamiento humano, analizar el ayer para no repetir los mismos hechos. La educación es fundamental en este sentido, “para liberar a la gente de lealtades ciegas, de la sumisión a eslóganes, a la retórica, a los líderes, a sentimientos grupales”, señala.

Y a continuación reflexiona: “¿Qué gobierno, de cualquier parte del mundo, vería con buenos ojos que sus súbditos aprendieran a liberarse de la retórica y las presiones gubernamentales o estatales? Si en algo confía cualquier Estado –unos más que otros, por supuesto– es en la lealtad apasionada y en el sometimiento a la presión del grupo”.

Doris Lessing

Son muchos los puntos de interés de esta entrega en la que la autora se refiere a lo que considera laboratorios de cambio social. Precisamente así se titula otro de los ensayos. “A veces resulta difícil ver algo bueno o esperanzador en un mundo que cada vez parece más horroroso. Basta con oír las noticias para que una piense que está viviendo en un manicomio”, comienza un texto en el que Lessing no se muestra pesimista, sino alentada por la esperanza de que, pese a tantas cosas malas, el ser humano se mueve hacia adelante en una evolución que aún somos incapaces de ver. “Quizá dentro de, pongamos, uno o dos siglos la gente dirá: “Era una época en que los extremos luchaban por la supremacía. La mente humana se desarrollaba a gran velocidad en la dirección del autoconocimiento y el autodominio, y como pasa siempre, como siempre tiene que pasar, este impulso hacia adelante suscitó su opuesto, es decir, el desatino, la brutalidad, el instinto gregario”…”, pone de manifiesto, recurriendo a ejemplos como el del surgimiento de cada vez más democracias en el mundo.

La educación es fundamental “para liberar a la gente de lealtades ciegas, de la sumisión a eslóganes, a la retórica, a los líderes, a sentimientos grupales”, señala la escritora en uno de sus ensayos.

Puede que las democracias sean imperfectas, pero, por muchos fallos que tengan, siempre ofrecen “la posibilidad de reforma, de cambio, la libertad de elección”, nos dice más adelante. Y apunta también que el fracaso del comunismo, su terrible deriva tiránica, su identificación con la barbarie y la ineficacia, no debe hacer olvidar que “surgió del viejo sueño de la justicia para todos. Un sueño de grandes prestaciones, un potente motor para el cambio social”. Cree Lessing que la idea de una verdadera justicia puede volver a renacer y puede cumplirse. “Entretanto”, seguimos leyéndola, “no existe un solo país en el mundo cuya estructura no esté formada por una clase privilegiada y otra pobre. Siempre hay una élite de poder mientras que la masa del pueblo queda excluida de la riqueza y de cualquier tipo de poder político…”

Pero, en contrapartida, en ocasiones surgen élites, mejor llamémoslas minorías que se convierten en avanzadilla, capaces de propugnar ideas novedosas, regeneradoras, que al nacer son vapuleadas y consideradas irrealizables, pero que, poco a poco, van ganando apoyos y se convierten en opiniones aceptadas. Se trata de un proceso en marcha, que se repite una y otra vez, y que conviene observar y analizar. Doris Lessing nos anima a repasar y aprender del devenir de los acontecimientos, de los avances y retrocesos históricos, y lamenta el poco interés al respecto de las jóvenes generaciones.

La literatura y la historia”, nos dice, “estas dos grandes ramas del saber, depositarias del comportamiento humano, del pensamiento, son cada vez menos valoradas por la juventud y por los educadores. Sin embargo, de ellas podemos aprender a ser ciudadanos honestos y seres humanos. Podemos aprender a mirarnos a nosotros mismos y a la sociedad en que vivimos con esa visión serena, objetiva, crítica y escéptica que es la única actitud posible para un ser civilizado. Al menos eso han dicho todos los filósofos y los sabios”.

Pero las presiones”, continúa Lessing, “van todas en el sentido contrario, hacia aprender únicamente lo que sea funcional y de utilidad inmediata. Cada vez es mayor la exigencia de educar a la gente con vistas a funcionar en una fase tecnológica que a buen seguro será provisional: educar para el corto plazo”.

Doris Lessing

La defensa del humanismo impregna todo este libro en el que la escritura vislumbra un mundo cada vez más complejo, abierto y flexible, en el que habremos de manejarnos entre posibilidades a menudo contradictorias. “Creo que a largo plazo las batallas las ganarán las democracias, las sociedades flexibles”, expone, consciente de un optimismo no siempre bien comprendido. “A la gente joven, enfrentada a muros de obstáculos en apariencia impenetrables, le resulta especialmente difícil tener fe en su capacidad de cambiar las cosas, en mantener intactos sus puntos de vista personal e individual”, escribe, evocando sus sensaciones en la veintena, “ante lo que parecían inexpugnables sistemas de pensamiento, de creencias, ante unos gobiernos que se antojaban indestructibles”.

Pero, ¿qué ha sido de aquellos gobiernos, como por ejemplo el de Rodesia del Sur? ¿de aquellos poderosos sistemas de fe como los nazis, o el fascismo italiano, o el estalinismo? ¿Qué ha sido del imperio británico… o de todos los imperios europeos, antaño tan poderosos? Todos ellos han desaparecido, y en poquísimo tiempo”, argumenta esta mujer que nos anima a valorar la actualidad en su justa medida; a mirar atrás; a aplicar perspectiva y contemplación; a no cerrarnos al cauce de nuevas ideas y analizar el transcurrir de los acontecimientos, abiertos a imaginar nuevos modelos de sociedad sin recurrir a las referencias de siempre. Se trata de adoptar esa visión serena y crítica de la que nos habla, esa visión que encontramos en Las cárceles que elegimos. Una entrega contra las certezas, os decía al principio, y contra el miedo a discrepar. Porque el futuro depende de esa minoría que discrepa, nos dice la escritora, en cuya opinión “deberíamos encontrar las maneras de educar a nuestros hijos en el sentido de fortalecer a la minoría y no, como hacemos por regla general, de venerar al grupo, a la manada”.

“EL CUADERNO DORADO”, UNA ASIGNATURA PENDIENTE

Crecer es difícil y doloroso y aquí de lo que estamos hablando es de nuestro crecimiento en cuanto a animales sociales”, sigo leyendo. Apenas he apuntado algunas direcciones. Es mucho lo que ofrece este conjunto de ensayos, absolutamente vigentes, que me ha resultado tan enriquecedor y refrescante y que, como os decía, me ha llevado a sumergirme con placer en las más de 800 páginas de El cuaderno dorado, una novela que es un auténtico tiovivo, un torbellino de ideas, de emociones, de búsquedas, de confrontaciones. Una narración puzzle, de las que tanto me gustan, conformada por piezas diversas, los distintos cuadernos que va componiendo su protagonista, la escritora Anna Wulf, a quien Lessing cede muchas de sus vivencias.

He disfrutado llevada por las turbulentas corrientes de esta obra deslumbrante en la que nuestra autora vierte muchas de las reflexiones y preocupaciones expresadas en sus textos ensayísticos. Ser consciente de ello, comprobar de qué manera se van afrontando distintos enfoques de la realidad a través de los personajes, de sus contradicciones, de sus conversaciones; analizar de qué manera Lessing utiliza la ficción para dar cuenta de sus propias dudas y aprendizajes, para explorar a fondo los comportamientos y dar cuenta de lo doloroso que resulta vivir, crecer, conocerse, ha sido una experiencia altamente energizante; a ratos, como os decía, placentera; por momentos, también angustiosa, porque Anna Wulf toca fondo en su proceso de autoconocimiento y sentimos de cerca su vértigo.

Difícil resumir El cuaderno dorado, complicado reducirlo a definiciones, porque es una novela que escapa a las etiquetas, aunque una y otra vez se la haya adscrito a la corriente feminista. Por supuesto que es una historia que localiza las desigualdades de género y pone el acento en el gran abismo entre los sexos, fortaleciendo la causa femenina, pero sin dejar de retratar, de criticar, ciertas actitudes propias de las mujeres, como el exceso de dependencia de los hombres, la necesidad de agradarlos o la idea excesivamente romántica del amor, de la vida en pareja, del matrimonio. Pero estamos ante un libro que es mucho más que eso. Corresponde a cada cual identificar sus propios descubrimientos, esos horizontes de sentido que nutren la experiencia individual que es toda lectura que sobrepasa el terreno del mero entretenimiento.

«El cuaderno dorado» es una historia que localiza las desigualdades de género y pone el acento en el gran abismo entre los sexos, fortaleciendo la causa femenina, pero sin dejar de retratar, de criticar, ciertas actitudes propias de las mujeres, como el exceso de dependencia de los hombres, la necesidad de agradarlos o la idea excesivamente romántica del amor, de la vida en pareja, del matrimonio.

La propia autora explica en el prefacio de la edición que tengo entre las manos (DeBolsillo, Penguin Random House); fechada en 1971, nueve años después de su publicación inicial, en 1962, que no escribió la obra con la intención de que fuese un “toque de clarín” en pro de la liberación de las mujeres, aunque en ella se describen “muchas emociones femeninas de agresión, de hostilidad, de resentimiento”. Pero reconoce con ironía que en cuanto acabó el proceso de creación supo que tenía mucho de panfleto de la guerra de los sexos y que ese era el diagnóstico que iba a prevalecer. Se refiere a la polémica que se levantó en su momento entre defensores y detractores de la entrega; la animadversión que causó en muchas lectoras a las que no les gustó la autocrítica, la contemplación de sus contradicciones en el espejo de la ficción. Lessing constata, en el momento en que escribe el prólogo del que hablamos, que en poco tiempo muchas de estas reacciones se habían suavizado.

Confiesa la autora que aprendió a medida que iba desarrollando su historia, avanzando a tientas en sus arenas movedizas. “Toda suerte de experiencias y de ideas que yo no reconocía como propias fueron apareciendo (…) El hecho mismo de escribir resultó más traumatizante que la evocación de mis experiencias, hasta el punto de que eso me transformó (…) Se juntaron pensamientos y temas que había guardado en mi mente durante años…”, asegura en un texto interesantísimo sobre el proceso de creación y sobre los mecanismos de la lectura; sobre lo que el autor intenta transmitir con su obra y sobre lo que finalmente acaban recibiendo los lectores, con un revelador análisis acerca de los dogmas de la crítica y el adoctrinamiento de los estudiantes de letras.

A estos se dirige y les dice: “Solamente hay una manera de leer, que es huronear en bibliotecas y librerías, tomar libros que llamen la atención y leer solamente esos, dejándolos a un lado cuando aburren, saltándose las partes pesadas y nunca, absolutamente nunca, leer algo por sentido del deber o porque forme parte de una moda o de un movimiento. Recuerde que el libro que le aburre cuando tiene veinte o treinta años le abrirá perspectivas cuando llegue a los cuarenta o a los cincuenta, o viceversa. No lea un libro si no es para usted el momento oportuno…”

No puedo dejar de sonreír al pensar que El cuaderno dorado ha llegado a mis manos en un buen momento. No puedo dejar de reflexionar sobre la importancia de llegar a determinadas obras en etapas concretas de la vida y sobre la manera en que las propias circunstancias moldean la interpretación que nos hacemos de las mismas y el poder transformador que pueden llegar a ejercer en nosotros. Para mí El cuaderno dorado es una novela abierta, una multiplicidad de ventanas-cuadernos (negro, rojo, amarillo, azul, hasta llegar al dorado) por las que observar la realidad y mirarnos sin prejuicios. Siendo muchas cosas, lo he recibido como un relato río que nos habla de los valores, de la manera en que elegimos vivir, de las consecuencias de las decisiones que tomamos y del precio que supone seguir adelante de acuerdo a las propias convicciones, sin dejarnos llevar por las corrientes imperantes, en lucha constante entre los principios y los deseos y el discurrir de una realidad a la que, en mayor o menor medida, tenemos que amoldarnos.

Anna Wulf y su gran amiga Molly son dos mujeres que se resisten a seguir las normas sociales, a vivir de acuerdo a los esquemas del capitalismo, mientras asisten, perplejas, desencantadas, a la tiránica puesta en marcha de los ideales comunistas en la Unión Soviética, al modo en que muchos adeptos, demasiados intelectuales, siguieron negando durante mucho tiempo esa deriva y mirando para otro lado. Como indica la autora estamos ante una novela de ideas, fragmentada, de tonalidades diversas, donde pensamientos y conductas se enfrentan y se influyen. Ella habla en el prefacio citado de fracaso, del fracaso americano, representado por Anna y Saul Green, ambos escritores, ambos unidos en una relación en la que la destrucción se acaba tornando creación.

Doris lessing. Fotografía Elke Wetzig

Son muchas las bifurcaciones de este camino narrativo. La protagonista va escribiendo cuadernos, diarios, de cariz diverso. En uno se refiere a una novela ambientada en África con la que ha logrado el éxito y donde Lessing alude a sus vivencias en Rodesia y a su lucha contra la segregación racial. En otro despliega apuntes para futuras historias. Hay libretas dedicadas a su día a día, a sus sentimientos más íntimos. Habla de su amistad con Molly, de sus relaciones sexuales, de su papel como madre, de sus bloqueos creativos, de sus estados depresivos y del psicoanálisis que lleva a cabo, de su crisis ideológica y su decisión de abandonar el Partido Comunista…

Lessing aborda, a través de la ficción, como os comentaba, ideas que desarrolla en sus ensayos, así el sometimiento a las presiones de grupo; la experiencia de la guerra y la nostalgia soterrada que despierta en muchas personas que la recuerdan como el momento en que pudieron dar rienda suelta a sus impulsos más turbios y desenfrenados. Lessing afronta la dificultad para educar a los hijos lejos de los dogmas imperantes, algo en lo que Molly, una actriz divorciada con un hijo que acaba de salir de la adolescencia, acaba fracasando, al tiempo que Anna ve como su hija se aleja de todo lo que ella representa y decide ser una estudiante obediente, de uniforme; una futura ciudadana decidida a vivir de acuerdo al orden establecido, lejos de las dificultades de adaptación y complejidades de su madre.

“Exigimos demasiado. Hemos rechazado siempre comportarnos según las reglas. ¿Por qué, pues, nos alarmamos cuando el mundo no nos trata conforme a ellas? Eso es lo que ocurre”, escuchamos a Anna, quien en otro momento vuelve a dirigirse a Molly: “Todo se está desmoronando. Toda esa gentuza de las altas esferas no cree en nada…” Y más adelante declara: “Somos gente que, a causa de nuestra situación en la historia, nos entregamos con gran energía, aunque solo en nuestra imaginación (y de ahí viene todo) al gran sueño; y ahora tenemos que reconocer que se ha desvanecido y que la verdad es otra, que nosotros ya no servimos para nada…”

“Exigimos demasiado. Hemos rechazado siempre comportarnos según las reglas. ¿Por qué, pues, nos alarmamos cuando el mundo no nos trata conforme a ellas? Eso es lo que ocurre”, escuchamos a Anna Wulf, protagonista de «El cuaderno dorado».

Sí, es muy extraño todo…” siente la protagonista, enfrentada a las incertidumbres de la vida, a una realidad en proceso de cambio, donde “cualquier cosa es posible”, a una etapa vital en la que cabe preguntarse en qué se ha equivocado, dónde están los errores que la han conducido hacia un presente entre brumas. ¿Por qué nos decepcionamos? ¿Por qué seguimos sintiendo la necesidad de encontrar a “grandes hombres” en los que descargar el deseo de mover el mundo en la buena, en la mejor dirección posible? ¿Por qué, pese a todo, seguimos creyendo en ocasiones que aún puede nadarse a contracorriente y por qué son tan pocas las personas capaces de hacerlo?, son interrogaciones que abrimos mientras pasamos las páginas de esta novela que nos invita a reflexionar en todo momento.

Las páginas de El cuaderno dorado son intensas, densas en ocasiones, cargadas de escepticismo, de tristeza, pero también de luz y de energía. Estamos ante una novela nada “light”, en la que entra la ideología, la política, como uno de los motores que nos mueven y marcan nuestros pasos, del mismo modo que el sexo y la necesidad de empatía y de amor. Imposible encorsetarla, os decía. Es una novela que nos abarca, que nos abraza, que nos pone en cuestión constantemente, con un estilo que cambia, que adquiere modulaciones múltiples, que juega con distintos géneros y maneras de contar.

Doris Lessing

Anna Wulf existe en la realidad y en sus ficciones, del mismo modo que Doris Lessing. Ambas se encuentran y se confunden regalándonos profundas búsquedas y revelaciones. “No conozco a nadie que no sea incompleto (…) Todos estamos atormentados y luchamos… Lo mejor que puede decirse de cualquiera es que lucha”, piensa Anna-Lessing. “Me ha enseñado usted a llorar; gracias por nada. me ha devuelto la capacidad de sentir y esto es demasiado doloroso”, se despide la protagonista de Madre Azúcar, nombre que da a su psicoanalista. Hay un momento en que se alude en la novela a los prisioneros del miedo y a la existencia de personas que han de desenmascarar esos miedos ante el común de los mortales. Se trata de ir empujando la piedra, promoviendo cambios. Se trata de romper los barrotes de las cárceles que elegimos. Se trata, pese a todo, de preservar los ideales, de no rendirse, de negar con firmeza que valores como la fraternidad están pasados de moda. Todo eso está, es, El cuaderno dorado. Y muchísimo más que, vosotros, cada lector, con su propio criterio, irá añadiendo a los Cuadernos.



«Las cárceles que elegimos», editado por Lumen, ha sido traducido por Ariel Font Prades

«El cuaderno dorado», (DeBolsillo, Penguin Random House, reimpresión marzo de 2018), ha sido traducido por Helena Valentí. (desde aquí recomendamos a los editores corregir para futuras ediciones algunas erratas de peso que hemos detectado en su lectura)

 

Fuente: https://lecturassumergidas.com/

 

 

 

El turista hipercultural antes del cansancio

Es tarea urgente de la filosofía de la cultura desarrollar un modelo conceptual que sea capaz de comprender la dinámica cultural de hoy.

A ello dedica Byung-Chul Han su pequeño y enjundioso opúsculo Hiperculturalidad, a describir su particular modelo cultural de este tiempo: la hipercultura. En España sale publicado por su habitual editorial, Herder, en 2018; en Alemania vio la luz en 2005. Es, por tanto, un ensayo anterior a la «Saga de la Sociedad Positiva» que comenzó con La sociedad del cansancio, en 2016. Por eso, en este libro no encontraremos expresiones, pensamientos y críticas que en la mencionada saga constituyen el núcleo central. No hay referencias al eros narcisista, ni al cansancio por la hiperactividad autoexplotadora, tampoco al dataísmo ni al panóptico digital. Un punto que le suma originalidad. La crítica que Han dirige a la globalización es aún tenue, y todavía le presupone ciertas posibilidades, esperanzado por la libertad que nos podría brindar. Una década después de este Hiperculturalidadveremos al Han más tecnofóbico y pesimista, del que ya me ocupé, por ejemplo, en las reseñas sobre El aroma del tiempo o La expulsión de lo distinto.

hiperculturalidad byung chul han.jpg

Como dijera Hegel de la cultura griega, lo ajeno es necesario para construir lo propio. No hay culturas originales, todas tienen una constitución impura, híbrida –en palabras de Bhabha–. El propio Han tiene mucho de esto: un señor coreano con formación académica en metalurgia que termina estudiando filosofía en Europa, escribiendo en perfecto alemán. La cultura va pegada siempre a un espacio. La cultura, siendo impura e híbrida, pertenece a un espacio concreto que está separado de otro lugar donde se absorbe otra cultura. Pero hete aquí que llega la globalización al mundo y las posibilidades y las relaciones se hipermultiplican. Esta saturación desborda el mundo convirtiéndolo en hiperespacio. El ser humano que habita en este mundo, así lo llama Han, es el «turista hipercultural». Las nuevas tecnologías de la globalización han eliminado las distancias en el espacio cultural. Los contenidos culturales se amontonan unos encima de otros. Son tiempos del «hiper», no del «trans» ni del «inter», o del «multi». La cultura actual se parece al rizoma de Deleuze, una multiplicidad descentrada sin orden general. La lógica de la hipercultura es la yuxtaposición de la conjunción: «y… y… y…».

Una de las características más destacables de la hipercultura es el «deseo de lo nuevo», esto es, la apropiación de manera intensiva de infinidad de elementos. La hipercultura es una mutación constante. No para de fagocitar –apropiarse– nuevos elementos. Los elementos engullidos son novedad durante muy poco tiempo. En la hipercultura no existe lo extraño, tampoco lo propio. Ambas categorías desaparecen. No hay nada digno de protección, lo propio; ni nada que nos espante, lo extraño. Ni fobia ni orgullo, curiosidad. En la hipercultura lo que hay es lo nuevo y lo viejo. Cada cosa que se yuxtapone, lo nuevo, hace viejo a todo lo que se había unido un rato antes.

La cultura existe territorializada, ubicada en algún lugar. La globalización se ha encargado de eliminar los límites geográficos. Hoy en día no es raro que un escritor gaditano (David B. Gil) escriba una novela histórica sobre el Japón feudal con tanta brillantez que nos haga sentir que estamos cerca del Fuji. Lo característico de la actualidad, en la hipercultura, es que no hay mezclas resultantes del encuentro o el choque de elementos dispares. Se ha vuelto inútil dirimir a qué cultura pertenece este o aquel elemento. No importa si Rosalíabebe del flamenco o hace un pop rarito a la hora de hacer lo suyo, importa que llegue a todo el mundo. La hipercultura no es nacional ni internacional, su lugar es el hiperespacio del hipermercado y del hipertexto. El turista hipercultural de Nigel Barley es un apátrida. Es un consumidor abierto a todos los mercados de la cultura que colonizan la red. Como ya no hay ni fronteras ni límites no hay roces ni querellas. Las diferencias coexisten. El mundo se despolitiza porque las contradicciones no se pelean entre ellas, fluyen agolpadas. La hipercultura es amable, dice Han, y otorga a la Humanidad una cierta paz. Como diría Kant, el espíritu comercial es más efectivo que el choque cultural. El mayor problema, lo que de verdad nos preocuparía, sería quedarnos sin teléfono móvil para navegar por internet.

El camino y la peregrinación son figuras típicas de la premodernidad. Llegaron los primeros turistas, con la Modernidad, y todavía tenían el andar del peregrino. Buscaban lugares originarios, vírgenes quizás. Querían escapar de su aquí, en pos de un nuevo allí, distinto, diferente. La hiperculturalidad produce otra cosa. El turista hipertecnológico es un explorador, por eso a los navegadores de internet los llaman Explorer. El explorador detesta la asimetría, quiere que el allí sea «otro aquí». El turista romántico, de un Zygmunt Bauman por ejemplo, «postula un mundo alternativo». El anhelo de un aquí mejor es lo que lo mueve. Y lo hace con temor a lo desconocido, pero también a estar demasiado atado a su lugar. El explorador hipercultural no siente ni anhelo ni miedo.

El turista hipercultural recorre el hiperespacio de sucesos que se abre a las atracciones turísticas culturales. De este modo, experimenta la cultura como Cult-tour.

La realidad es hipertextual, cada vez más. Esto significa que «todo se encuentra anudado y conectado con todo». El hipertexto es la maquinación casi perfecta de nuestro tiempo. Es el ofrecimiento de la «emancipación general», la promesa de dejar de estar sometido al «orden preestablecido». A casi todo el mundo le seduce la idea de romper con la estructura de sentido tradicional. El hipertexto tiene la victoria asegurada en nuestro futuro. La pregunta clave es: ¿cómo acceder al mundo hipertextual, cómo llegar a esa especie de nuevo paraíso? A través de la ventanas, las llamadas windows. En el mundo real la humanidad experimenta. En el mundo hipertextual abre ventanas, una detrás de otra, sin parar. El habitante de este mundo es «una especie de ser-ventana». El tiempo de las ventanas es el fin del orden cósmico, esto es, el fin del «tiempo colmado» que se estructuraba como pasado, presente y futuro.

El tiempo se desnuda y se cae el horizonte de sentido. Todo lo que puede dar sentido desaparece en la hipercultura. Navegamos en un mundo convertido en un colorido mosaico de pachtwork. La identidad cultural era algo que heredábamos y podía tenerse un cierto orgullo por eso. En tiempos de la hipercultura hacemos bricolaje o manualidades con ella, la construimos cosiendo parches de distintos colores, tamaños y texturas. En el hipermercado de culturas, uno no camina, uno explora buscando nuevos parches para añadir a su identidad patchwork. El caminante y el viajero romántico eran hermeneutas. El explorador hipercultural que abre ventanas no lo es. La cultura en tiempos «trans», «multi» o «inter» requería de una cierta sensibilidad para leer las diferencias, para acercarlas, integrarlas o hibridarlas. La tolerancia es fundamental para comprender.

El windowing hipercultural no es un diálogo. En él está ausente la interioridad dialógica.

Con el tiempo el turista hipercultural, con la mirada puesta en la pantalla de su móvil, abriendo y cerrando ventanas, explorando y surfeando por la hiperrealidad, terminará exhausto, explotado por sus propias miserias, preso del panóptico digital, con su vida entregada al Big Data. Más de uno se acordará y echará de menos, con nostalgia, aquel día en el que Enrique Morente y Lagartija Nick decidieron unir sus fuerzas alrededor de Lorca y Cohen.

Fuente: https://elvuelodelalechuza.com/

 

 

 

 

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