✭ Aurelio, la fotografía y la memoria
✭ Una escultura que explota en acordes
*************
Aurelio, la fotografía y la memoria
El 26 de enero de 2005, la Rel UITA, junto con el Movimiento de Justicia y Derechos Humanos de Porto Alegre (MJDH), la Asociación de Reporteros Fotográficos y Cinematográficos de RS y el Centro Latinoamericano de Investigación organizaba una conferencia de prensa para presentar el documental “A las cinco en punto”, que retrata la gran huelga general contra la dictadura.
Gustavo Veiga | Página 12

Aurelio González | Foto: Página12
El filme recoge el testimonio de los protagonistas y de los que registraron los hechos de la mayor acción de desobediencia civil protagonizada por los trabajadores y trabajadoras uruguayos nucleados en la CNT.
En ese preestreno realizado en el Auditorio del Memorial do Rio Grande do Sul estaban como invitados José Pedro Charlo, director del documental, Universindo Rodríguez, quien participó como investigador y guionista, y Aurelio González, reportero gráfico que escondió miles de negativos de la dictadura uruguaya que fueron recuperados el 31 de enero de 2006, un año después de este evento.
González, actualmente con 90 años, es reconocido como un testigo clave de una de las peores épocas del Uruguay. En una entrevista del diario argentino Página 12, que trascribimos a continuación, el fotógrafo reivindica los derechos de su obra al tiempo que pide que se visibilice.
La vida de Aurelio González es la vida de un testigo clave, un retratista de época en el Uruguay de los derechos quebrantados. Con su cámara, este español nacido en Marruecos –cuando era protectorado– sacó miles de fotografías que componen un acervo en disputa.
Movilizaciones populares, huelgas en fábricas y talleres, la represión en los años ‘60 y ’70, políticos sitiados en el Palacio Legislativo y el golpe de Estado de 1973, se multiplican en un archivo que Aurelio pide visibilizar.
Son 48.626 negativos que se conservaron por más de tres décadas en el edificio Lapido, que se levanta en la esquina de 18 de julio y Ferreira Aldunate. Estaban escondidos, a resguardo de la dictadura, en un recoveco casi inaccesible.
Este militante del Frente Amplio de 90 años dice que los puso a salvo en julio del ‘73 y que recién fueron rescatados en 2006 en un ducto de ventilación cuando se remodeló el inmueble.
Las imágenes que capturó con su lente junto a sus compañeros del diario El Popular – fundado el 1° de febrero de 1957 por el Partido Comunista- hoy se conservan en el Centro de Fotografía de Montevideo (CFM). El 19 de julio, el secretario general del PCU, Juan Castillo, entregó a la intendenta de la capital uruguaya, Carolina Cosse, 59 latas más con películas recuperadas. Esta historia sigue en constante dinámica y el reportero gráfico es un personaje insoslayable.
-¿Cómo fue que se le ocurrió ocultar los negativos en el edificio donde estaba el diario que usted trabajaba mientras se producía el golpe de Estado?
-La noche del 26 de junio del ’73 estaba en el Palacio Legislativo escuchando los discursos de los diferentes partidos políticos sobre el golpe que se estaba realizando en ese momento. Fui el único fotógrafo presente ahí.
Yo siempre he sido muy inquieto, tenía una cuestión de oficio y olfateaba cuando iba a pasar algo. Cuando saqué las fotos del golpe de Estado, salí a las 2 o 3 de madrugada con algunos funcionarios y el Palacio legislativo ya se encontraba rodeado por el ejército. Un ejército que avasalló a los civiles y al Palacio de las Leyes. Todo eso me tocó a mí registrarlo.
-¿Pero cómo hizo con las fotos?
-Yo había encontrado un lugar para dejar los negativos. Era un entrepiso de difícil acceso. Decidí entonces esconder los de la huelga general. Subí hasta el décimo segundo piso del edificio donde quedaba El Popular en el centro de Montevideo.
Pensé que un día podría usar ese lugar como escondite y fue lo que hice. Había un soldado que vigilaba el local y el ascensor subía y bajaba. Cuando llegaba al piso 12, yo me escondía. Cuando se iba, yo continuaba mi trabajo de ocultar los negativos.
-¿Qué contenían básicamente esos negativos que ocultó?
-Diecisiete años gloriosos de la historia de Uruguay. Años que marcaron las luchas en este país.
En ese período se crearon la Central de Trabajadores (CNT), el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, la desaparecida Unión Popular y el Frente Amplio. En los sindicatos y en la universidad también se dieron luchas de gran trascendencia que esos negativos contienen. Como la huelga general contra el golpe.
-¿Y qué sucedió después con usted?
-A mí me detuvieron el 14 de agosto de 1975, un día emblemático en Uruguay porque en 1968 la Policía había asesinado en esa fecha al estudiante Líber Arce.
Cuando me soltaron me fui con vergüenza porque quedaron un montón de compañeros presos y la cuestión es que al año salí del país y terminé en la ciudad de México con asilo político.
-¿Cuándo regresó al Uruguay para tratar de rescatar los miles de
negativos?
-Yo volví en el 85 y fui a ver el edificio Lapido, en 18 de julio y Ferreira Aldunate, que en ese tiempo era Río Branco. Ahí se editaban el diario El Popular y Época, que luego fue clausurado y quedó solo el Popular.
Ese año no me animé a subir porque vi que habían hecho reformas y efectivamente, cuando al final me animé con una buena vecina, los negativos ya habían desaparecido.
Empezó entonces la búsqueda que, si contamos desde 1973, duró casi 34 años. Una búsqueda que habla de una serie de casualidades y hasta de cosas mágicas.
-¿Cuándo se dio la recuperación del material?
-Fue el 31 de enero de 2006 cuando aparecieron los negativos. Con la gente del Centro de Fotografía que estaba trabajando en una muestra homenaje fuimos a buscar ese archivo que era muy complicado de rescatar, porque los obreros que lo encontraron, lo tiraron por un ducto de ventilación y fue a parar hasta abajo por ese túnel.
Eran latas de Kodak y con un imán y una piola sacamos una por una. Nos dio una emoción enorme. ¿Y sabe por qué se conservaron las latas? Por la humedad del lugar. Eso hizo que se sellaran las tapas y quedaran como cerradas al vacío.
La humedad, en vez de destrozar los negativos, los protegió. Y casi 34 años después cuando fuimos a abrir las latas, estaban los negativos tan flamantes como el día que yo las había escondido.
-¿Cuántas latas estima que eran?
-Ahora se encontraron nuevas latas que, sumadas a las del primer descubrimiento, sumarían como 75 mil fotos.
Es un archivo fuera de lo común. Una historia en imágenes, no una historia hablada y además de un Uruguay que entre los años 60 hasta el golpe del ‘73, se luchaba. Hubo muchas movilizaciones, muchos muertos, muchos presos y todo contenido en esas latas.
-¿Usted tiene algún tipo de derechos de autor sobre ellas?
-Sí, lo que puedo llegar a tener son
son derechos de autor. Ahí trabajamos siempre cuatro o cinco fotógrafos, aunque no todos trabajaron igual en el diario. Unos lo hicieron seis meses, otros dos años y yo trabajé diecisiete años como encargado.
El archivo lo hicimos entre todos, pero por llevar más años que los demás, es lógico que yo haya sacado más fotos. Pienso que tengo derechos de autor que también se me niegan, es una cosa increíble.
-¿Por qué lo dice?
-En el libro que publiqué, Una historia en imágenes, puse los nombres de los fotógrafos y agradecí el aporte de ellos para poder hacerlo.
El Centro Municipal de Fotografía publicó libros y en uno me dieron crédito: dice Aurelio González. Pero en otros, a las mismas fotos les pusieron autor desconocido. Vamos a seguir buscando la manera de que todo eso sea posible procesarlo.
Ahora resulta que yo tampoco tengo acceso a mis propias fotos y no sé porque no han sido escaneadas. Es muy penoso. Acaba de salir una noticia que menciona el escaneo de mil nuevas fotos. Pero mil fotos entre 75 mil son como una gota de agua en el océano. O sea, no es suficiente.
-¿Nunca le propusieron hacer una película sobre estos hechos?
-Me han propuesto, pero yo siempre me resisto. María Esther Gilio escribió un libro, Aurelio el fotógrafo, la pasión de vivir. Hay un documental también sobre los dirigentes sindicales de la época y conmigo mismo, que se llama A las cinco en punto. Hay otro que hizo la Intendencia de Montevideo, uno que se llama Testigos.
En el golpe de Estado fui fábrica por fábrica y cuando volví al diario dije: nos tenemos que convertir en diarios orales. Ir a las fábricas, los talleres y contar lo que está sucediendo en nuestros diarios. Propuse hacer un diario oral sin censura.
-Aurelio, ¿sigue militando aún hoy con 90 y pico?
-Milito en el Frente Amplio como independiente. Me siento a gusto, porque no puedo desprenderme de lo que yo fui.
Fuente: Página 12
Una escultura que explota en acordes: La orquesta, de Wifredo Díaz Valdez
La obra fue restaurada y se expone en el Museo Nacional de Artes Visuales.
Se encontraron en el museo el anciano artista y la joven luthier, cinco cajones hechos a medida y una obra para recomponer. Hoy La orquesta brilla en la sala del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) mientras los personajes de los cuadros esperan que los deconstruidos instrumentos se armen y comience la música para salir a bailar.
Quizás arranque con un chárleston para las mujeres del lienzo Retratos desde el jardín, de Petrona Viera, que luego de ocho años de restauración también están ahí, brillantes como las plumas de un pavo real, prontas para salir a escena. La obra de la pintora sorda dialoga con La orquesta, una pieza tan musical como abstracta que Wifredo Díaz Valdez había donado al MNAV hace casi una década y vivió un periplo digno de contar.
“El mundo está repleto de orquestas. Las estructuras económicas son orquestas, en definitiva. Las estructuras políticas también lo son. Todos hemos oído los conciertos que nos han dado. Y también los desconciertos”, había dicho Díaz Valdez al periodista Miguel Carbajal, de El País, en 1997.
Gente de los árboles
Denise Gamboa tiene 27 años, es oriunda de La Paloma, es luthier y restauradora. Wifredo Díaz Valdez es un artista consagrado, nació en Treinta y Tres y tiene 90 años. La orquesta, la obra sobre la que trabajaron juntos, está compuesta por dos violines, una viola, un chelo y un contrabajo deconstruidos.
Armaron y desarmaron. El anciano buscando alargar el tiempo de vida de los objetos y la joven, durante cinco meses, buscando recomponer aquello que el tiempo (y una mala praxis) deterioró.
Ella es de tez muy blanca, ojos claros, tiene dedos finos y largos. Se formó en la Escuela de Artes y Artesanías Pedro Figari en talla en madera y violería y en el Sodre (en el taller de cuerda frotada apoyado por el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional, el Ministerio de Educación y Cultura y el sistema de Iberorquesta latinoamericano). Forma parte de una red de luthería de mujeres y disidencias latinoamericana que se llama Lutheristica.
“Desde el día cero me di cuenta de que nuestra visión como artistas es muy similar: para nosotros la materia es la madera del árbol. Nos une la sensibilidad y la gratitud hacia estos seres que no hablan pero dicen mucho. Pudimos compartir esa visión, esa sugerencia que tiene la naturaleza, las formas orgánicas del árbol”, cuenta Gamboa, sentada en la placita infantil del Parque Rodó.
“Los dos sabemos que el árbol está ahí y es suficiente. Aun antes de que un artista pueda ver con ojos direccionados en su inspiración, es una maravilla que nos da la vida”, agrega. Trabajaron desde esa actitud reverencial hacia la madera, honrándola.
El escultor, de oficio carpintero, creó el conjunto escultórico en 1996 y lo donó al MNAV en 2014. Luego la obra estuvo expuesta en el Auditorio del Sodre y sufrió un gran deterioro. En 2018 Díaz Valdez le pidió a Enrique Aguerre, director del MNAV, que la recuperara y la restaurara. Durante 2020, en plena pandemia, la obra volvió al museo.
“La primera vez que vi la obra fue con Wifredo. Abrimos los cajones, era un sinsentido de materia en mal estado”, cuenta Gamboa, y recuerda que la voz de Wifredo se quebraba de dolor. Para recuperar la obra tenía sólo tres fotografías de las cinco esculturas. El autor le dio carta libre y ella tuvo que reconstruir la obra, pero había mil posibilidades.
Para la tarea usó trozos de instrumentos y su ajuar de luthier, como un arco de violín. Fue descubriendo y decidiendo desde las piezas más pequeñas, comprendiendo cómo hacía el artista “para que las figuras tomaran una espacialidad amplia, partiendo de la unidad de un instrumento que parecía sólido, para destrabar, abrir y encontrar los espacios internos, los pliegues, y empezar a jugar con los pesos”, cuenta Gamboa.
Tuvo que trabajar con imanes para alcanzar los recovecos más pequeños: “Comencé con los instrumentos más chicos porque era más visible su forma, sus pliegues, y fui encontrando ese capricho. A medida que iba avanzando la obra, avanzaba la dificultad; con la última pieza estuve un par de horas agarrándome la cabeza e intentando comprender dónde iba cada cosa. Había tres o cuatro piezas compuestas que trancaban pliegues que se abrían y cerraban; parecían iguales, pero cada una tenía un lugar específico en la obra y si yo no la ponía donde iba, forzaba el resultado final”.
Fue, qué duda cabe, una restauración especial, porque el artista está vivo. Gamboa piensa que Díaz Valdez fue “un maestro que con dulzura mostró su pasión desde un lugar muy lúdico”.
Díaz Valdez tiene su taller en Palermo, en Montevideo. Trabaja con maderas de vías de tren o ruedas de carreta; parte de lo cotidiano para llegar al abstracto en busca del ensamblaje, del encastre lúdico que genera infinidad de respuestas a una simple pregunta: ¿por qué tiene que ser así?
Representó al país en la Bienal de Venecia 2013, entre los premios que recibió están el Figari (1999) y el Morosoli de Plata (1992) e integra colecciones como la del BID en Washington, el Museo Paraguayo de Arte Contemporáneo, la Fundación San Telmo de Buenos Aires y el MNAV.
Enrique Aguerre explica que la legitimación de un artista “tiene varias patas: la parte académica, la parte de la crítica, la del mercado y de los colegas, y arriba de esas patas está la comunidad que define qué es cultura y cuáles son los puntos más altos”. Wifredo Díaz Valdez es un artista legitimado en todos esos planes, pero además la obra lo demuestra: su magnificencia en el centro de la sala de 2.500 metros cuadrados es evidente.
Desde hace dos años, Aguerre está trabajando en darle más visibilidad a la escultura en un museo que cuenta con acervo centenario. Hay esculturas de José Belloni, Zorrilla de San Martín, Bernabé Michelena, Hugo Nantes, y piezas que quizás no son esculturas en el sentido clásico, sino esculturas blandas, como las de Lacy Duarte.
“La orquesta resuelve un vacío muy grande en la escultura de los años 80 y 90. Es interesante con lo que dialoga: al llegar por lo general pasás por el pasillo de [Joaquín] Torres García y si ves a los costados tenés a [Jorge] Abbondanza y [Enrique] Silveira con sus cerámicas crudas, y del otro lado están las esculturas más clásicas, como Belloni, [Juan Manuel] Ferrari, una línea que, aunque se rompe, actualiza, pone en cuestión; hay una tradición escultórica que es difícil de mostrar de otra manera. Uruguay tiene una gran tradición escultórica, pero no es tan obvia para mucha gente y me interesa que sea más explícita”, dice el director del MNAV.
Hay un coro en silencio, parece inerte: son cerámicas en círculo que paulatinamente van abriendo sus bocas, prontas a cantar. Están al lado de La orquesta. Estoy segura de que ese coro de Abbondanza y Silveira está pronto para empezar a cantar. Y será con su primer aliento que las piezas de los instrumentos de cuerdas tan pacientemente construidos por Denise, tan pacientemente deconstruidos por Wifredo, comenzarán a sonar.
La orquesta, de Wifredo Díaz Valdez. De martes a domingos de 13.00 a 20.00 en el Museo Nacional de Artes Visuales (Tomás Giribaldi 2283 esquina Julio Herrera y Reissig, Parque Rodó). Entrada libre.
